CIUDAD DE MÉXICO, junio 11 (EL UNIVERSAL).- Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) llegó a la literatura cuando se acercaba a los 30 años de edad y mientras vivía en Estados Unidos. Al toparse con los libros abandonó la carrera de ingeniería y se dedicó con obsesión a leer todos los libros que no había leído; tres años después de su encuentro con la literatura publicó su primera historia, de la que han derivado otras tantas, que ya son muchas y breves.
El narrador que en 2007 fue seleccionado como seleccionado como uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá, que en 2011 recibió la beca Guggenheim, y en 2015 le fue otorgado en Francia el prestigioso Premio Roger Caillois de Literatura Latinoamericana, es considerado una de las voces más singulares de la literatura contemporánea de América Latina.
Es autor de una veintena de libros, varios traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, serbio, portugués, holandés, japonés, noruego y croata, entre los que destacan: «Clases de hebreo», «Mañana nunca lo hablamos», «Elocuencias de un tartamudo», «Monasterio», «Signor Hoffman», «Duelo» y «Biblioteca bizarra».
En entrevista desde París, donde radica becado por la Universidad de Columbia, y a propósito de la reedición que hace Libros del Asteroide de su libro «El boxeador polaco», el escritor guatemalteco hace una revisión a su obra literaria que no sólo está dedicada 100% al cuento sino también es una sola pues asegura que en realidad sus libros son como una novela por entregas, pues la habita un narrador que parece ser él mismo, un tal Eduardo Halfon.
–¿Coincide con la crítica literaria que asegura que tus libros son una búsqueda de la identidad?
Me lo dicen todo el tiempo y la verdad no sé qué quieren decir con eso; sin embargo, algo veo de lo que están diciendo, alguien cuya identidad está fragmentada, que está tan partida que está tratando de juntarla o entenderla. Al principio me decían que era un escritor metaliterario, ahora a eso le llaman autoficción, que es la otra palabra que les gusta usar; son maneras de tratar de catalogar, ya sea con temáticas o géneros, aquello que estoy haciendo, pero yo estoy lejos de entender todos esos conceptos.
–¿Y entonces porque siempre partes de alguien que se parece tanto a ti?
Yo empiezo a contar las historias desde un punto muy personal, muy biográfico, pero eso es engañoso porque lo que estoy haciendo al final son cuentos, es ficción; es drama lo que sucede en cada uno de mis cuentos; en cada una de mis historias es drama, es teatro, el telón de fondo es mi vida, mi biografía, mi familia, pero lo que sucede ante ese telón de fondo es ficción; o sea, utilizo mi vida como contexto para insertar otras historias.
–¿Pero invariablemente sigues metido en tus historias?
Sí, incluso en los últimos diez años cuando me he salido y he publicado otro tipo de libros, siempre está relacionado con este universo, de alguna manera; o sea que es mi manera de narrar. Empecé escribiendo así y ahí sigo escribiendo de la misma manera, una manera muy extraña que mezcla lo aparentemente real con lo ficticio, pero toda la literatura funciona así, en mi caso es un poco más evidente el truco, porque le doy mi nombre a mi narrador, el resto es ficción.
–¿Tus cuentos parecen siempre estar habitados por Eduardo Halfon, con toda la historia familiar judía y de exilios?
Hay partes de mi en todos los personajes. Uno cuando escribe un personaje aunque lo bases en gente que conoces o en un grupo de gentes –casi siempre son varios que insertas en un personaje– también tiene características tuyas. «Madame Bovary soy yo», decía Flaubert; somos nosotros, nuestros títeres siguen siendo controlados por nuestras manos, así estoy en Juan Calel (el protagonista de uno de sus cuentos), en todos los personajes del libro; sí, de alguna manera en ellos me reflejo yo.
–¿Qué significa «El boxeador polaco»?
«El boxeador polaco» se publicó en 2008 y era un libro de seis cuentos nada más, era un libro muy breve de cien páginas, los cuentos parecían episodios porque era narrados por una misma voz, era el mismo narrador que lleva mi nombre, este tal Eduardo Halfon; pero de pronto uno de esos episodios con un pianista serbio empieza a crecer, o sea se me va de las manos y continua y dos años después, en 2010 se vuelve un libro propio que se llama «La pirueta»; tres años después, en 2013, otro de los cuentos originales también se vuelve capítulo en una novelita que se llama «Monasterio»; lo mismo sucede en 2015 con mi libro «Signor Hoffman»; en 2017, otro libro, el quinto, en este caso se llama «Duelo», y ahora mismo estoy trabajando el sexto de esta serie, llamémosle.
–¿Es el origen de muchas historias?
Cuando lo escribí era algo muy sencillo, muy breve, de pronto se vuelve como un libro madre que empieza a engendrar otros libros ante mí, porque no fue planificado; en esta edición hemos incluido el segundo de esa serie; ahora es un libro que contiene dos libros, los dos iniciales, pero hay traducciones de «El boxeador polaco» que incluyen tres, incluyen también «Monasterio». Quizás, si nos esperamos un poco, en realidad es un solo libro el que estoy escribiendo sólo que lo he ido haciendo por partes, por entregas.
Ahora no sé hacia dónde va, no sé hacia dónde voy, no sé si continuará después de este sexto que escribo; esto es algo muy fácil de hacer porque es una misma voz, es un mismo narrador que va contando sus peripecias y sus viajes y sus historias familiares y encadena un libro con el otro de una manera muy orgánica.
–¿Eres de los escritores que a lo largo de su vida escriben un solo libro?
No, yo no me reconozco en ellos, porque me parece una cosa muy ajena a la mía, yo escribo por periodos cortos intensidades breves, o sea, no estoy pensando en el gran proyecto, yo sé que hay un gran proyecto que va juntando mis libros pero no lo tengo en mente ni lo tengo claro, porque es espontaneo, se ha ido dando de una manera no planificada que me cuesta ver todas esas influencias, me cuesta verlo desde lejos, estoy tan metido que tienen que venir lectores de afuera para decirme qué estoy haciendo porque no lo sé. Y está bien que así sea.
–¿Tu vida está marcada por la errancia, por la mudanza?
Sí, pero por diferentes razones; mis abuelos todos se fueron, todos llegaron a Guatemala de Europa, mis padres se fueron; desde niño fui educado a irme y llevo ahora muchos años fuera, sin una noción clara de a dónde voy después de aquí. Creo que eso sí se trae, fui hecho de esa manera, de fábrica.
–Sin embargo siempre está Guatemala
Está de una manera importante porque fue mi infancia, mis primeros diez años fueron ahí, y esos son muy importantes en la vida de todo escritor y en mi caso particularmente, yo vuelvo constante a la infancia; y vuelvo siempre porque mis padres viven allá, antes de la pandemia al menos una vez al año pasaba por Guatemala, tengo muchos vínculos, mi esposa es guatemalteca también, sus familia está allá; en términos literarios es fundamental porque de allí vengo.
–¿Perteneces a alguna generación, a la latinoamericana?
No, soy amigo de muchos pero sentirme parte de un grupo no, voy por mi lado, creo que mi prosa es bastante difícil, sería difícil catalogarme como escritor guatemalteco, por ejemplo, porque mis preocupaciones no son las del canon guatemalteco, tampoco centroamericano, latinoamericano tal vez un poco más, pero no me siento parte de un grupo; un escritor escribe solo, luego te ves en festivales y te tomas una cerveza, hablas y te das un abrazo, pero por lo general estás en tu casa trabajando, leyendo a tus contemporáneos, es un trabajo muy aislado, en mi caso por lo menos.
–¿Entre eso y las mudanzas, eres más bien un escritor con mundo?
Si habría que decirlo creo que más bien soy un escritor del mundo que de paso nació en Guatemala.