Iván Carrillo
Periodista de ciencia y explorador para National Geographic Society
Hace unos días, la revista Science publicó un estudio que colocó a México en el mapa climatológico mundial.
Uno de los dos puntos más calientes en la superficie de nuestro planeta, el desierto de Sonora se encuentra precisamente en la frontera entre México y los Estados Unidos.
Al igual que el desierto de Lut en Irán, la región alcanzó los 80.8 grados Celsius en 2018, superando el antiguo récord del Valle de la Muerte en el desierto de California, que había prevalecido durante más de un siglo.
Como parte de la producción de la segunda temporada de la serie El Futuro del Planeta (EarthXTV) recorrí hace unos meses parte de esa región. Contrariamente a la creencia popular, los desiertos no son zonas de desolación y muerte.
El desierto de Sonora, ubicado en el noreste de nuestro país, es un testamento viviente de la biodiversidad. Cuenta con 500 especies de plantas vasculares, incluyendo el emblemático cactus saguaro, y es hogar de más de 100 especies de reptiles, 20 especies de anfibios, 200 especies de aves y miles de especies de abejas. Además, el jaguar, el ocelote, el oso negro y el puma llaman a esta región su hogar.
Es aún más sorprendente que esta región sea el hábitat de algunas especies únicas de peces que se han adaptado a los pequeños arroyos que serpentean como diminutas arterias de vida a través de la inhóspita superficie de arena.
El desierto de Sonora también es el sitio de una construcción humana cuyo tamaño y solidez solo puede ser equiparada con la estupidez de quien la planeó y ejecutó: el muro anti migratorio construido por el gobierno de los Estados Unidos.
El impacto ecológico de esta cicatriz de acero que se extiende entre Sonora y Arizona es todavía incierto, pero inevitablemente devastador. Aunque ha fallado en su principal propósito —frenar la migración—, los caminos abiertos para su construcción han proporcionado nuevas rutas para los migrantes.
No obstante, el muro ha sido devastadoramente efectivo en impedir el movimiento natural de las innumerables especies que no conocen de fronteras humanas. Para ellas, cruzar de un lado a otro en busca de alimento, agua o apareamiento no requiere pasaporte.
Federico Godínez Leal, exdirector de la Reserva del Pinacate y Gran Desierto de Altar, me compartió cómo él y un grupo de voluntarios intentan mitigar esta emergencia ecológica transportando tanques de agua por más de 100 kilómetros para intentar saciar la sed de la fauna del lado mexicano, cuyas fuentes naturales quedaron, irremediablemente, del otro lado del muro. La medida desesperada es como intentar apagar un incendio con un gotero.
Hoy, esos jabalíes, venados, pumas y osos deambulan por uno de los puntos más calientes del planeta en busca de un resquicio en la gran pared de acero que les permita acceder al agua antes de que sea demasiado tarde.
Se hace urgente determinar pasos de fauna y puntos donde los medios electrónicos de seguridad en la frontera permitan el cumplimiento de las regulaciones impuestas por los Estados Unidos, sin bloquear los caminos esenciales para la supervivencia de la biodiversidad de la zona.