He visitado el país más obsesionado del mundo con el orden público. Uno donde hasta vender chicle está prohibido
Hace unos días visité Singapur, una ciudad-estado entre Malasia y el archipiélago indonesio. Mi conocimiento sobre el país se reducía a su bandera, su espectacular Apple Store, cuatro generalidades sobre el desarrollo de su economía y su skyline característico. Para un valencianista en apuros, el conocimiento también alcanzaba a la existencia de según qué individuos, pero ese es otro tema.
La cuestión es que pisar Singapur fue una experiencia desde el momento en que bajé del avión. Ya no es que su aeropuerto tenga más moqueta de la que un detector de ácaros podría establecer como recomendable, sino que la mayor parte del país está como si lo hubiesen inaugurado la semana pasada. Todo en su sitio, todo cuidado, todo en buen estado.
Acudir a los cuartos de baño —públicos, añado— y ver los urinarios tan impolutos que sentí que podría comer sobre ellos sin mucho problema me hacía pensar en el agravio comparativo de los retretes que había dejado atrás en Barajas. Y de fondo, la sensación de que lo que estaba viendo estaba demasiado limpio, demasiado perfecto, como cuando visitaba la casa de amiguitos en los años noventa y no me cuadraba que los muebles no estuviesen rayados como en la mía. Costumbres.
Libre de humos
El primer trayecto por sus calles continuó de una forma muy similar: su urbanismo era como el de una partida de SimCity con el truco del dinero infinito, pero sin llegar a la ostentación dubaití. Ya de noche, la vida nocturna deparó alguna sorpresa, no por ninguna presencia, sino por una ausencia: el tabaco.
Para los no fumadores, Singapur es lo más parecido al paraíso: fumar está prohibido en cada vez más espacios públicos, incluso al aire libre, con multas que llegan hasta los 2.000 dólares singapurenses, unos 1.400 euros.
Fumar en Singapur es algo que solo encontramos en espacios designados específicamente para ello, o bien en otras áreas que no eran espacios para fumadores como tal, pero sí los únicos puntos ciegos que quedaban fuera de las restricciones. Por ejemplo, en la salida de un centro comercial… pero no en el pasillo que une la calle con el establecimiento o con el transporte público (restringido), sino en una esquina muerta. Ahí estaban todos aglomerados.
Tampoco hay colillas en sus aceras ni calzadas, porque la multa por arrojar cualquier tipo de basura al suelo, incluidos cigarros, pueden ser bastante cuantiosas, y al contrario que en España, hay vigilancia y voluntad de sancionar a los infractores.
Un fumador fue multado con 15.000 dólares en 2015 por tirar colillas desde su ventana (33 colillas a casi 500 dólares cada una), además de ser obligado a realizar servicios comunitarios durante cuatro días. Fue pillado gracias a cámaras de seguridad. Singapur está llena de ellas, incluso en una avenida exclusivamente para vehículos en la isla de Sentosa, con aceras diminutas (y algunos tramos sin acera alguna), tenía cámaras de vigilancia cada pocos metros.
Ah, fumar está muy restringido, pero vapear está directamente prohibido.
Nada de chicles
Es el mismo principio que rige otra prohibición famosa de Singapur, considerada hasta simpática por lo absurda que resulta a quienes venimos de otras latitudes: está prohibido vender chicle. Y aunque esta es quizás una de las prohibiciones más laxas, sin demasiado riesgo para el turista que los trae de su país para consumirlos sin más, escupirlo al suelo o pegarlo a cualquier espacio público puede acarrear otra multa tan bonita o más que las del tabaco.
Porque la motivación de esta prohibición no tiene que ver con una preocupación por la salud bucodental del paisano singapurense, sino con que los restos de chicle y saliva acaben ensuciando las calles. Y evitar la clásica estampa de las aceras llenas de manchas.
Pasear por Singapur es ver calles absurda pero placenteramente limpias, sin colillas ni papeles por el suelo, pero tampoco esas manchas casi imposibles de quitar. Inicialmente pensamos que quizás fuera cosa de los puntos más turísticos o relevantes, como Marina Bay, pero un paseo nocturno por Chinatown nos hizo ver que incluso una zona de mercadillos, puestos callejeros y callejones angostos está igualmente limpia de suciedad.
Little India, el barrio indio de Singapur, fue quizás el punto donde más se cuestionó este axioma, pero seguía siendo un espacio infinitamente más salubre, al menos en apariencia, que lo que podemos encontrar en su equivalente en casi cualquier otro país.
Más allá de las prohibiciones del chicle y los vapeadores, y las fuertes restricciones al tabaco, hay multitud de pequeñas normas cívicas con carteles urbanos que recuerdan la infracción y la sanción.
Estos principios de limpieza y orden aplican a entornos como el sistema de transporte público (MRT, Mass Rapid Transit), con trenes puntuales como un soldado suizo y un entorno cívico, sin nadie vociferando.
Gran parte de este espíritu se debe a Lee Kwan Yew, antiguo primer ministro y principal impulsor para que este país, que no tiene ni 60 años de vida desde su independencia, pasase de ser un puerto comercial y poco más a un centro financiero que ha disparado todos sus indicadores económicos hasta convertirse en una de las naciones más ricas (per capita) del mundo. En el año 2000 dijo a BBC que era consciente de que su país era llamado «Estado Niñera» por sus leyes y su contundencia para aplicarlas, «pero el resultado es que hoy vivimos en un lugar más agradable que hace 30 años».
Muchos de estos esfuerzos fueron canalizados hacia reducir la delincuencia. En un centro comercial de HarbourFront era habitual encontrar policías de cartón-piedra con carteles informativos que recordaban no solo que el hurto de bienes en las tiendas era un camino a prisión, sino hasta el recuento de chorizos que habían pillado en acción.
Otra de las grandes contribuciones al adjetivo «agradable» es su cantidad de vegetación. Pese a que el 100% del suelo singapurés está urbanizado, Singapur es la ciudad más verde de Asia y tiene muy pocos rivales en el resto del mundo. En 2016, el 47% de su superficie era «verde» (un 10% más que en los años ochenta), y en esa etiqueta conviven tanto arbustos callejeros como jardines urbanos exhuberantes. Hasta las paredes de su aeropuerto han sido cubiertas de vegetación.
A ello también contribuyó no solo la preocupación por generar y conservar estos espacios verdes, sino el hecho de que Singapur apenas tiene recursos naturales. Su agua viene de Malasia y de plantas desalinizadoras. El combustible también se importa. Y no tiene superficie suficiente para pensar en grandes espacios dedicados a la energía solar, además de que las nubes cubren su cielo durante buena parte del tiempo. Madrid tiene unas 3.000 horas de Sol al año. Singapur, menos de 2.000.
Not cool
Por supuesto, el disco de synth-pop futurista que es la vida en Singapur tiene una cara B tenebrosa. Hay multitud de trabajadores en puestos de baja cualificación que superan los 65 años. Encontramos con notable frecuencia personas que fácilmente superarían los 80 años en puestos de cara al público. No es que sea solo cosa de Singapur, pero sí es algo que esperaríamos que no tuviera que suceder en uno de los países más ricos del planeta.
Luego supimos que el 70% de los empleados que en España tendrían edad de estar jubilados cobran menos de 2.500 dólares singapurenses al mes (unos 1.700 euros). Para poner esta cifra en contexto, ese es el sueldo que vimos que ofertaba un puesto de refrescos de un centro comercial.
Y por supuesto, aunque Singapur es una democracia parlamentaria, su postura respecto a los Derechos Humanos dista de la perfección de la que presume en aspectos como la limpieza urbana o el orden social. Eso dice Amnistía Internacional en su informe 2022/2023.
Singapur usa leyes represivas para silenciar la disidencia y practica ejecuciones. De hecho, estos días ha dado la vuelta al mundo una petición para que un hombre condenado por posesión de drogas no fuese sentenciado a muerte. No fructificó y Tangaraju s/o Suppiah fue ejecutado el 26 de abril.
Este informe también menciona el hostigamiento judicial a medios independientes y críticos con el gobierno del país, así como el hecho de que el matrimonio entre personas del mismo sexo no ha sido legalizado todavía. Hasta hace unos meses la situación era peor, ya que las relaciones sexuales consentidas entre hombres estaban tipificadas como delito, algo que fue revocado a finales de 2022.
Orden, pero a qué precio.
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*Una versión anterior de este artículo se publicó en mayo de 2023