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En Corea del Sur hay padres aislándose de forma voluntaria en celdas. Hay una palabra que lo explica: "hikikomori"

Jin Young-hae es un nombre ficticio. Su historia no. Hace unos días esta madre surcoreana explicaba a la BBC bajo la condición del anonimato qué le ha llevado a —de forma totalmente voluntaria— enfundarse un mono azul y pasar horas y más horas recluida en una celda diminuta, austera, no mucho mayor que un armario y en la que no contaba con compañía, móvil, ni portátil. Sola, con sus pensamientos. El único vínculo con el exterior desde su peculiar prisión era el pequeño orificio abierto en la puerta por el que de tanto en tanto le entregaban alimentos.

Suena extraño, pero hay una palabra que lo explica: hikikomori.

Objetivo: aislarse del mundo. La elección de la señora Jin quizás parezca extravagante, pero no es la única que ha tomado una decisión similar en Corea del Sur. La BBC ha hablado con otras reclusas y reclusos voluntarios. Además de exigir anonimato, todos comparten dos características fundamentales. La primera, que son padres de jóvenes que están entre la adolescencia y la treintena.

La segunda, que han decidido participar en un programa especial que los mantiene recluidos durante un breve período en celdas de aislamiento. Y esta última palabra puede entenderse en su sentido más literal. Jin y el resto de participantes se alojan en habitáculos minúsculos a los que no pueden llevarse ni teléfonos móviles.


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Pero… ¿Por qué? Para entender. Jin o Park Han-sil, otro de los seudónimos utilizados por la BBC para relatar un caso real, son madres de jóvenes surcoreanos que comparten a su vez otra peculiaridad: se han aislado del mundo. Jin es madre de un joven de 24 años que vive retraído en su habitación, descuidando su aseo y alimentación. Park tiene un hijo poco mayor, de 26 años, que hace ya siete decidió cortar toda comunicación con la sociedad. Ahora apenas sale de su cuarto y se niega a tomar la medicación que le han pautado los médicos.

Al confinarse de forma voluntaria, las señoras Jin o Park intentan comprender mejor a sus retoños, ponerse en su piel de una forma extrema y sobre todo buscar herramientas para comunicarse mejor con ellos. «Me he estado preguntando qué hice mal… es doloroso», admite Jin, de 50 años. Ahora, y tras su paso por la celda, asegura tener «algo de claridad». Park reconoce también que el aislamiento le ha ayudado a entender los sentimientos de su retoño. «Me he dado cuenta de que es importante aceptar su vida sin forzarlo a encajar en un molde específico».

«Experiencia de confinamiento». Ni Park ni Jin decidieron recluirse un buen día en sus casas, de forma improvisada. Las suyas han sido vivencias planificadas y el aislamiento lo han realizado en los cuartos de Happiness Factory, a donde los reclusos llegan para experimentar en sus carnes el «confinamiento».

Para ello pueden vestirse un uniforme, dejan sus teléfonos y portátiles y se recluyen en celdas de paredes desnudas, sin compañía. La BBC aclara que desde abril hay otros padres que han estado participando en un programa de educación especial de 13 semanas financiado por organizaciones como Fundación para la Juventud de Corea o el Centro de Recuperación de la Ballena Azul.

El programa tiene un objetivo claro, y complicado: mostrar a estos padres y madres cómo comunicarse mejor con sus hijos. Para ello incluye una experiencia peculiar, un período de tres días durante los que los participantes pasan tiempo en habitaciones de la provincia de Gangwon que replican una celda de aislamiento.

La palabra clave: hikikomori. Jin y Park son madres de hikikomori, un término acuñado en Japón hace ya décadas y que identifica a los jóvenes que en un momento determinado de sus vidas deciden recluirse casi por completo, cortando el contacto con el mundo que se abre más allá de sus casas o habitaciones.

El fenómeno no es nuevo, pero sí grave. Al menos según las estimaciones que manejan las autoridades. Hace no mucho el Ministerio de Salud y Bienestar de Corea del Sur realizó una encuesta entre 15.000 jóvenes de entre 19 y 34 años y descubrió que más del 5% vivían de forma aislada. Si esas cifras se trasladan al conjunto del país mostrarían que en Corea del Sur hay cientos de miles de personas en una situación similar: algo más de medio millón (540.000).

Entendiendo el aislamiento. El programa, confiesa Park, permite a los padres de estos jóvenes comprender mejor el por qué de la reclusión. A ella por ejemplo la lectura de notas escritas por otros hikikomori le ayudó a entender los silencios de su propio hijo. El Gobierno surcoreano dispone también de estudios que ayudan a hacerse una idea clara del fenómeno del aislamiento entre los jóvenes sin necesidad de pasar por una experiencia como la de Hapiness Factory.

Un estudio del Ministerio de Salud surcoreano refleja que el 24,1% de los jóvenes de entre 19 y 34 años que deciden desconectar del mundo lo hacen por dificultades para encontrar trabajo, el 23,5% por problemas para relacionarse y el 24,8% por cuestiones familiares o de salud. De telón de fondo está la competitiva sociedad surcoreana, donde desde muy jóvenes los padres llevan a sus hijos a academias para que acaben accediendo a las universidades más prestigiosas del país. Corea del Sur destaca además por sus jornadas de trabajo maratonianas.

Preocupación más allá de casa. El del hikikomori es un fenómeno lo suficientemente grave como para generar preocupación más allá de las familias. En 2023 el Gobierno llegó a lanzar una campaña para anima a los jóvenes solitarios a salir de casa y «reinsertarse en la sociedad», para lo que no dudó en ofrecer pagas de 450 euros pensadas para jóvenes de hasta 24 años. Ya entonces se hablaba de que en el país habría cientos de miles de personas que viven de forma aislada.

Las ventajas de una pausa. Las madres y padres de hikikomori no son los únicas en Corea del Sur que buscan el aislamiento voluntario. En el país hay quien decide confinarse por propia elección, pagando incluso cientos de euros a cambio de la experiencia, simplemente para tomarse un respiro de sus ajetreadas rutinas.

Lo contaba en 2018 la cadena CBC, que relató el caso de Suk-won Kang, un ingeniero de 57 años de Seúl que pagó 578 dólares para pasar siete días en Prison Inside Me, un centro de Hongcheon. Durante sus peculiares vacaciones Kang se vistió uniforme y se alojó en una celda de cinco metros cuadrados en soledad. No estaba del todo solo. La instalación albergaba otros 13 huéspedes similares.

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Imágenes | Grant Durr (Unsplash) y Daniel Bernard (Unsplash)

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