He intentado reemplazar a mi MacBook Pro por el nuevo iPad Pro. iPadOS sigue siendo un escollo
El iPad lleva tiempo siendo para mí un producto aspiracional. No tanto por aspirar a comprarlo como por aspirar a convertirlo en un producto importante para mí. Ahora mismo no lo es: solo lo uso para el ocio en movilidad o para ver partidos sin acaparar siempre la tele de casa. Me encantaría que fuese algo más.
Al ver el iPad Pro con el chip M4, y sin gran esperanza en que iPadOS 18 cambiase mucho las cosas (no lo ha hecho), me planteé tratar de usarlo como mi ordenador principal, reemplazando a mi MacBook Pro de 2021.
Un vistazo al futuro
Sacar el iPad Pro de su caja supone un efecto wow. Independientemente de si Apple les gusta mucho, poco o nada, nadie puede negar lo que supone ver un dispositivo así, de 5,1 mm de grosor. Su diseño es impecable.
- Extremadamente fino y ligero.
- Pantalla OLED espectacular de 13 pulgadas.
- Chip M4, el mismo que usarán los Mac de próxima generación.
- Una cámara frontal al fin en el lado largo, perfecta para las videollamadas.
Acoplé el Magic Keyboard y vi lo que parece el MacBook del futuro: una enorme pantalla táctil, un teclado que se puede separar cuando no lo necesitas, y la potencia de un Mac en un factor de forma ultraportátil.
Donde el iPad brilla
Hay tareas en las que el iPad no iguala sino supera a mi MacBook:
- Consumo multimedia. Ver series y películas, leer artículos o ver deportes es una experiencia fantástica. La pantalla OLED y la posibilidad de usarlo como tablet lo hacen imbatible.
- Toma de notas, lluvias de ideas. Con el Apple Pencil Pro, aplicaciones como Freeform o Goodnotes se convierten en herramientas muy potentes. Dibujar, hacer esquemas o anotar ideas es muy satisfactorio.
- Edición de fotos. Con Pixelmator Photo (o equivalentes como Affinity Photo) pude aprovechar al máximo la pantalla táctil y el Pencil, la edición se vuelve más precisa y el panel OLED es muy placentero.
- Videollamadas. La nueva posición de la cámara y la función Center Stage, que te mantiene centrado aunque te muevas, mejora las videollamadas.
- Portabilidad extrema. Llevar el iPad Pro a una cafetería, a cualquier apoyo en movilidad o incluso usarlo en el sofá es más cómodo y versátil que un portátil tradicional.
Donde el iPad se queda corto
A medida que avanzaban los días empecé a encontrarme con bastantes limitaciones:
- Gestión de archivos. La aplicación nativa Archivos permite salir del paso, pero está muy lejos de la de macOS. Usar discos externos u organizar grandes cantidades de archivos está muy limitado.
- Multitarea. Algo que mejoró con el Organizador Visual, pero sigue siendo menos fluida que en macOS. Trabajar con varias ventanas y aplicaciones simultáneamente no es tan intuitivo ni fluido.
- Compatibilidad de software. Esto depende de qué uso cada uno, pero seguimos con algunas aplicaciones profesionales siendo inexistentes en iPadOS, o existiendo, pero de forma muy limitada a su versión de escritorio.
- Personalización y capacidades avanzadas. Una gran ayuda en mi Mac son las pequeñas utilidades camufladas en rincones del sistema: el menú contextual, la barra de menú, procesos en segundo plano… Esto es casi inexistente en iPadOS por las restricciones del sistema, muy similares a las de iOS.
Un ejemplo de esto último: en Mac uso la app Paste para dar una gran memoria a mi portapapeles y no perder nada de lo que haya copiado en él, o para localizar rápidamente algo que copié hace días. Este tipo de app es una quimera en el iPad. En Windows es directamente una función nativa.
El elefante en la habitación: iPadOS
Este es el meollo del asunto. El iPad Pro tiene un aspecto alucinante y un hardware de primer nivel. Es delgado, potente, versátil. Tiene el mismo chip M4 que llevarán muchos Mac de este año y el que viene.
Además, su teclado desmontable y su gran pantalla táctil hacen más polivalente este dispositivo. Es una gozada… hasta que empiezas a necesitar algo más.
Ahí llega iPadOS y te das cuenta de que, pese a sus mejoras, sigue siendo un sistema operativo diseñado para tablets y heredado del móvil, no algo planteado desde cero para ordenadores de productividad profesional.
La Surface Pro marca el camino con la misma versatilidad pero mucho más completa en lo productivo. Sin un sistema operativo de escritorio, o un iPadOS desencadenado de sus limitaciones atávicas, tratar de enfocar el iPad Pro como un dispositivo productivo es un intento en vano. Con carencias, con frustraciones, con el trabajo orientado a hacer posible el proceso, no al resultado.
He sentido que tengo muchas más ganas de convertir el iPad Pro en mi ordenador que capacidad real para que el iPad cumpla ese papel.
Tan cerca y tan lejos
Mi veredicto es agridulce. Más agrio que dulce. El iPad Pro es un dispositivo increíble. Seguro que para muchos usuarios puede reemplazar por completo a un portátil tradicional.
Si tu trabajo se centra en tareas creativas, especialmente que hagan uso del Pencil; consumo de contenido o tareas ofimáticas básicas, posiblemente el iPad Pro será suficiente.
Sin embargo, para profesionales que necesiten la flexibilidad completa de un sistema operativo de escritorio, el iPad Pro sigue quedándose corto. No es una cuestión de hardware, es iPadOS quien impone limitaciones que derivan en tareas imposibles de hacer o frustrantes de rematar.
Hay cuatro familias de iPad (mini, base, Air, Pro) y iPadOS se ejecuta en todas. No tiene sentido que un modelo 8 pulgadas o 400 euros lleve exactamente el mismo sistema que uno de 13 pulgadas y 1.500 euros. La lógica de los Mac no aplica igual aquí.
Mi esperanza es que en algún momento Apple se crea su propio discurso sobre el iPad como el ordenador del futuro y lo eleve con un iPadOS a la altura de su hardware, o directamente le deje correr macOS en el caso de los Pro. ¿Tiene el iPad un teclado y un trackpad acoplados? macOS. ¿Está suelto? iPadOS.
Mientras ninguna de esas opciones llegue, el iPad Pro seguirá siendo un gran concepto para el futuro con el problema de que vivimos en el presente, no en el futuro. Y el horizonte que plantea lleva mucho tiempo posponiéndose.
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