Pese a sus matices, 'Hábitos Atómicos' es una joya para la productividad. No es una biblia, sino un mapa
Cuando me topé con ‘Hábitos Atómicos‘, el famoso libro de James Clear, mi primer instinto fue el escepticismo. Adoro los libros de productividad, pero cada alegría llega tras veinte desengaños. Sin embargo, ha acabado siendo mi favorito del género.
Este panorama está saturado de gurús del éxito instantáneo. Son los que suelen usar palabras como «éxito» en sus títulos y otra serie de identificadores que no vienen al caso. James Clear ofrece una propuesta sólida que parte de la honestidad. Es un enfoque realista y factible. No promete milagros, sino progreso gradual para quien quiera progresar.
No obstante, tiene algún matiz. Por ejemplo, la trampa del 1%. Clear insiste en la idea de mejorar un 1% cada día. Es una idea muy atractiva, pero potencialmente engañosa. Si bien la consistencia es clave, la vida real rara vez sigue una progresión tan ordenada. Hay días en los que retrocedemos y otros en los que avanzamos más de se 1%.
La clave está en la tendencia general y en cómo nuestro entorno contextualice nuestra evolución, no en una métrica rígida. Confiar demasiado en ella puede llevar a frustraciones.
Otra de las propuestas de Clear es al de aferrarnos a una nueva identidad. Por ejemplo, si queremos un cambio físico, asumir la identidad de alguien que hace deporte diariamente. «Soy alguien que hace deporte» sería el mantra a repetirnos. Tiene un riesgo: si esa es nuestra nueva identidad, un fracaso temporal puede sentirse como una crisis de identidad. La flexibilidad mental suena mejor.
Dicho eso, hay propuestas fantásticas en ‘Hábitos Atómicos’. Por ejemplo, la de sistemas vs objetivos. Construir sistemas, en mi experiencia, es mucho más efectivo que perseguir objetivos obsesivamente. Lo cual no quita que exista otro riesgo: la trampa de crear sistemas por crearlos.
Creo que hay tres puntos clave para aplicar este libro en la práctica:
- Diseño del entorno. Es efectivo, pero no una panacea. Cambiar el espacio de trabajo y hacerlo como yo quería que fuera mejoró mi productividad, pero no reemplaza la necesidad de disciplina.
- Efecto compuesto. Es muy poderoso, pero requiere paciencia, sobre todo en un mundo que nos encamina hacia las recompensas instantáneas. Argh.
- Automatización de hábitos. Es útil, pero también tiene el riesgo de volverse demasiado rígido. La flexiblidad es importante.
Hábitos Atómicos no es una solución mágica. No existen soluciones mágicas, y Clear tampoco intenta aparentar que sí. Es una herramienta, no un dogma, y entendida así tiene mucho valor. Nos da un marco para un cambio sostenible, no una solución rápida que olvidaremos pasado mañana.
El libro me ha ayudado a mejorar mi productividad y mi bienestar, pero sigue haciendo falta esfuerzo y adaptación. No hay aquí hacks de productividad. Clear te entrena para correr un maratón, no para esprintar usando atajos.
Junto a un saludable escepticismo y una buena dosis de autoconocimiento, ‘Hábitos Atómicos’ es un imprescindible en la biblioteca de todo amante de la productividad y la mejora continua. No es una biblia, sino un buen mapa.
Imagen destacada | Editorial Diana, Xataka con Mockuuups Studio