Durante la fiebre del oro, California necesitaba ovejas. Llegaron al rescate los más inesperados: los vascos
La inmigración es un recurrente tema de debate. Observamos casos en los que hay polémica —Estados Unidos— y otros en los que es necesario para salvar la demografía —Japón o Corea del Sur—. Sin embargo, prácticamente todos los pueblos han tenido la necesidad de desplazarse en alguna ocasión. Y, precisamente, Estados Unidos ha sido el destino de muchos de ellos.
La inmigración a Norteamérica ha sido una constante desde hace siglos, y uno de los grupos que fue en busca de fortuna a la California de la fiebre del oro fue… el de los vascos.
Fiebre del oro. Tenemos que viajar a Sierra Nevada. No la que está en Andalucía, sino la californiana. Se trata de una cordillera que se encuentra en California, pero también se adentra en el estado de Nevada. El famoso Parque nacional de Secuoyas, el Parque nacional Cañón de los Reyes y el célebre Parque nacional de Yosemite (cuya web cuenta esta historia) se encuentran en Sierra Nevada.
Y algo que también había en la cordillera era oro. Mucho oro, tanto que fue uno de los puntos más importantes de la conocida como ‘Fiebre del oro‘ entre 1948 y 1855.
Y de la lana. Cuando los mineros difundieron que había oro, la población de California creció como la espuma y, al margen de la propia industria dorada, la ganadería era crucial. No sólo había que alimentar a los buscadores de fortuna, sino también confeccionar ropa de abrigo. Sin embargo, en 1963 se produjo una sequía que diezmó a la industria ganadera, por lo que la carne escaseaba.
Había que buscar soluciones, y así nació una nueva industria: la del pastoreo de ovejas. Esto era común en otros territorios, pero no tanto en Estados Unidos. Las ovejas eran más tolerantes a estas condiciones y, además, podían conducirse hasta lugares más prósperos en los que pastar y abastecerse. Era perfecto: eran más resistentes, podían dar carne si se necesitaba y lana tanto para los mineros como para los soldados de la Guerra Civil.
Pastores vascos en Yosemite. Era una industria nueva y necesitaban trabajadores, y había un grupo con pedigrí en esta tarea. Entran en juego los vascos, que emigraron en el siglo XIX a Estados Unidos en busca de oportunidades. Muchos viajaron desde el País Vasco, pero también hubo quien se desplazó desde las Pampas argentinas. No fueron los únicos, ya que también había portugueses, chilenos, mexicanos y escoceses con experiencia en el pastoreo que llegaron a Estados Unidos.
La mayoría de pastores vascos en California llegaron desde Iparralde y la diferencia con otros grupos es que los vascos levantaron una industria casi endogámica. No hacía falta conocer el idioma para trabajar (con algo muy básico se podía empezar), pero algo interesante es que los propios inmigrantes vascos eran los empresarios, dueños de las ovejas y solían dar trabajo a pastores que eran amigos o familiares. Esto forjó una fuerte comunidad vasca en la sierra californiana.
Casas de cultura. Los pastores podían atender rebaños de miles de ovejas y corderos a la vez. Se hospedaban en pensiones en las que los vascos eran los propietarios, formando centros de cultura y comunidad, y algo interesante es que el dinero se utilizaba con dos objetivos: mandarlo a la familia en Europa y poder volver en un futuro en una mejor situación económica o, por el contrario, utilizarlo para establecerse en Estados Unidos.
Si este era el caso, los pastores (que solían ser hombres jóvenes y solteros) se dedicaron a invertir lo ganado en la compra de más ovejas para poder tener su propio rebaño y, de esta forma, ser más autosuficiente.
No era sencillo. Ahora bien, no era un estilo de vida fácil. No sólo el clima era desafiante, sino también la orografía y los peligros como los animales salvajes. Estaban fuera de casa durante meses, sobre todo en verano, por lo que si enfermaban o les pasaba cualquier cosa, era improbable que recibieran atención médica. También iban descubriendo el terreno y las mejores rutas en tiempo real, por lo que dependía totalmente de ellos no meterse en sitios muy complicados. Pero lo peor era la soledad.
Tantos meses sin contacto humano provocó que estos pastores desarrollaran crisis mentales, algo que los propios pastores bautizaron con el término ‘sabeche’ o ‘sheeped’. Cuando terminaba la época de pastoreo, se refugiaban en esos centros de cultura y pensiones llevadas por otros vascos para recuperarse. Y tampoco fueron ajenos a la xenofobia. Debido a que no tenían oportunidad para aprender inglés, se refugiaron en sus comunidades, lo que ocasionó el fuerte rechazo de los locales.
Todo tiene un final. Durante esos primeros años, no había legislación alguna y los pastores podían hacer, básicamente, lo que quisieran. Se estima que en la zona de Tuolumne Meadows llegaron a pastorear decenas de miles de ovejas, pero como suele pasar, la situación cambió cuando Yosemite se convirtió en parque nacional y otras zonas también empezaron a estar legalmente protegidos como reservas naturales.
Esto provocó que el pastoreo fuera ilegal en un territorio de más de 1.500 millas cuadradas, incluyendo Toulumne Meadows, por lo que los pastores fueron perseguidos. Y no se encargaron policías ni guardas forestales —no había debido a que se acababa de crear todo esto—, sino el ejército.
Desafiando al ejército. Los militares llevaron a cabo una limpieza de pastores en el parque, pero aunque perseguían a los vascos, éstos tenían una ventaja: experiencia en el terreno y conocimiento del mismo. Es lo que les permitió esquivar durante años al ejército (que, sin embargo, tuvo éxito en muchas ocasiones expulsando a los pastores), pero en 1906 los informes de ovejas entrando en Yosemite disminuyeron y, con la Ley de Pastoreo Taylor de 1934, se puso fin a esta actividad en tierras públicas.
La ganadería se empezó a abrir camino de nuevo, emergiendo como una importante industria gracias tanto a las condiciones cambiantes del país como, sobre todo, a que se formularon leyes que propiciaron tal cambio.
Arboglifos, el legado vasco en California. Sin embargo, siguen quedando pastores vascos que, de manera vocacional, realizan esta actividad centenaria en el oeste americano. Y más allá de esta historia, lo que nos queda es un legado cultural imborrable: los arboglifos. Como los pastores pasaban tanto tiempo solos, el aburrimiento los llevó a tallar árboles. Esto se convirtió en un arte, pero también en una especie de correo para otros pastores.
Se tallaron rutas, nombres propios, fechas, chistes, contenido explícito (nos suena de algo esto, Pompeya) y, sobre todo, fueron de ayuda cuando el ejército entró en juego. De esta forma, los pastores se avisaban entre ellos, alertando de la presencia del ejército.
Legado. Ahora, marcar un árbol de uno de estos parques es ilegal, con castigo de multa y prisión, pero los restantes son un recordatorio de un trabajo duro, solitario y necesario que no tuvo el suficiente reconocimiento en la época en la que se desarrolló, pero que ayudó a los vascos norteamericanos a cultivar esa fama de tipos duros a los que no les daba miedo enfrentarse a la naturaleza.
Imágenes | National Park Service, Heiko von Raußendorff, Darwinek