Hablamos con los insumisos de las notas de voz: la gente que se resiste contra viento y marea a enviar audios y a escucharlos
«Perdona por el audio» es la frase que más irrita a Guillermo, periodista madrileño de 38 años. «Si ya sabes que estás actuando mal, ¿para qué lo haces?», se pregunta. Como él, un grupo creciente de personas ha decidido plantar cara a la invasión de las notas de voz en WhatsApp. Han encontrado en la reciente transcripción automática su nuevo maná.
La resistencia tiene sus razones. «Son lo más ineficiente que se ha inventado nunca en las comunicaciones entre móviles», argumenta Samuel, sevillano de 44 años. «En los mensajes de texto somos concisos. La gente va al grano y resume al máximo. En los audios hay muchísimo rodeo, pausas, repeticiones innecesarias».
El conflicto va más allá de la eficiencia: es una batalla por el respeto mutuo. «Tu tiempo no vale más que el mío», sintetiza Guillermo. «No podemos llevar 30.000 años de evolución del lenguaje para que tú ahora decidas que la comunicación es así». En su caso hasta creó un sticker sarcástico con el que responder a los audios: un premio Ondas.
Algunos han optado por la línea dura para afrontar esta penúltima tendencia odiosa en Internet. Manuel, profesor valenciano de 27 años, ha cortado por lo sano: «Les digo directamente que no escucho audios. Si es importante, que me llamen o que escriban. He perdido amistades por esto, pero me da igual».
Su postura nace de la experiencia: «Mis compañeros me mandaban audios con preguntas sobre algo del trabajo a las once de la noche. Ya me fastidia que lo hagan así como así por texto, pero que encima fueran audios… era insostenible».
La asincronía forzada es otro punto de fricción. «Te obligan a pararlo todo para oírlos», explica Samuel. «No son como los mensajes de texto, que puedes ver en una ojeada. Imagina que estás comprando en un supermercado y ni siquiera oyes bien lo que te dicen. ¿Qué puede ocurrir entonces? ¿Que lo tengas que oír dos veces?».
Samuel, de hecho, tiene desde hace casi cuatro años el mismo estado de WhatsApp: un disuasorio a que le envíen audios, sobre todo si son largos.
La resistencia tiene sus estrategias. Emilio, comercial cántabro, ha desarrollado un protocolo: «Solo acepto audios de emergencias o para contar algo que requiera entonación específica. El resto, al cementerio digital». Su táctica: ignorar los audios hasta que el remitente pregunta si los ha oído. «El 90% de las veces, acaban escribiendo el mensaje».
Hay espacio para el pragmatismo. Guillermo acepta excepciones: «Si alguien advierte que va a contar algo muy largo y complejo, lo acepto. Lo escucho como un podcast mientras paseo al perro». Aunque la tecnología no ayuda: «WhatsApp se vuelve loco con los auriculares, como si fuera una afrenta personal que quiera escuchar el audio en privado».
A veces sus respuestas sarcásticas no son del todo inteligibles para su interlocutor.
Incluso los más firmes opositores hacen concesiones ocasionales. «Yo los uso lo justo», admite Samuel. «Si en un momento no puedo escribir, mando uno. Pero mis audios son de 10 o 15 segundos, transmisión del mensaje y fin».
El consenso entre los resistentes es claro: el audio unidireccional pervierte la esencia del diálogo. «Es un monólogo disfrazado de diálogo», sentencia Manuel. «Y encima», añade Emilio, «esperan una respuesta elaborada a su soliloquio de tres minutos».
La batalla parece perdida, pero los insurgentes mantienen su posición. «Al menos», concluye Guillermo con ironía, «que no reenvíen audios ajenos. No estamos aquí para distribuir fast food conversacional».
En Xataka | Scrbir asi x whatsapp slo knsige ke no t kiern rspondr. Lo dice la ciencia
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