Chernóbil está llena de perros radioactivos. No tiene nada que ver con el accidente nuclear, según un estudio
Tras el accidente de la planta nuclear de Chernóbil, las áreas próximas a la central siguen siendo peligrosas para el ser humano. El reactor número cuatro de la central Vladimir Ilich Lenin explotó el 26 de abril de 1986, liberando 500 veces más material radioactivo en la zona norte de Ucrania que el que se usó en la bomba de Hiroshima. Fue un desastre natural que, poco a poco, se convirtió en un paraíso repleto de animales y plantas radioactivas.
Y lo es porque, más allá de por los pocos humanos que trabajan en labores de mantenimiento, las visitas y quienes instalaron el Nuevo Sarcófago Seguro, los animales campan a sus anchas. Entre ellos, hay perros, tantos que fueron bautizados como “los cachorritos de Chernóbil”. Cuando se produjo el accidente, los perros fueron abandonados, pero estos últimos años, la población se ha disparado y se calcula que hay alrededor de un millar de perros campando a sus anchas.
Acariciar a uno de estos adorabilísimos perritos no es una buena idea debido a su carga radioactiva, pero un nuevo estudio apunta a que las diferencias genéticas de estos perros no tiene nada que ver con una mutación inducida por la radiación.
Los perros radioactivos de Chernóbil
Viendo el vídeo sobre estas líneas, parece imposible resistir la tentación de acariciar a estos cachorros. El problema es que tienen partículas radioactivas en el pelaje, pero lo increíble de esta historia es que, simplemente, existan tan cerca de la zona del accidente.
La radiación ionizante interacciona de una manera curiosa con los tejidos de los seres vivos: rompe los enlaces químicos y modifica la estructura de las cadenas de átomos. Es lo que provoca que los animales desarrollen tumores, algo a lo que las plantas se adaptaron mucho mejor debido a sus particularidades.
De ese millar de perros que deambulan por Chernóbil, 302 llevan un tiempo siendo objeto de estudio por parte de la Universidad de Carolina del Sur o el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano con el propósito de caracterizar su estructura genética. Los animales pertenecen a tres poblaciones diferentes que han vivido en el interior de la central y a distancias de entre 10 y 15 kilómetros de la ‘zona cero’.
Su investigación pretende ayudar a responder preguntas sobre cómo el humano y otras especies pueden adaptarse para sobrevivir en entornos tan agresivos, y los investigadores ya están obteniendo algunas respuestas. Lo primero es que, parece que estos perros están evolucionando a un ritmo distinto al de perros de áreas colindantes.
Tienen algunos rasgos genéticos distintivos en el ADN que han desarrollado a lo largo de los años y hace unos meses ya dejaron caer que la radiación podía no tener nada que ver con ellos. Ahora son la Universidad Estatal de Carolina del Norte y la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia quienes han compartido un estudio en el que afirman que han estado trabajando con dos poblaciones de perros, estando separadas únicamente por unos 16 kilómetros, tienen rasgos genéticos distintos.
“Estamos tratando de determinar si la exposición a niveles bajos de toxinas ambientales, como la radiación, el plomo, etc., durante muchos años podría explicar algunas de esas diferencias”, comenta Matthew Breen, uno de los autores. Lo que hicieron fue comenzar buscando diferencias a nivel cromosómico, posteriormente en pequeños intervalos del genoma y, finalmente, diferencias en nucleótidos.
El objetivo era encontrar anomalías y la evidencia de mutaciones de ADN de las células reproductivas, que se transmiten de generación en generación. “Es como usar la función de zoom de la cámara del teléfono para obtener más detalles: comenzamos con una vista amplia del sujeto y, luego, ampliamos”, comenta Breen. Y el resultado es interesante, ya que parece que la radiación no tiene mucho que ver con los cambios encontrados:
“Sabemos que, por ejemplo, la exposición a dosis altas de radiación puede introducir inestabilidad desde el nivel cromosómico hacia abajo. Aunque esta población de perros está a 30 o más generaciones de los presentes durante el desastre de 1986, las mutaciones probablemente aún serían detectables si ofrecieran una ventaja de supervivencia a esos perros originales. Pero no encontramos evidencia de eso en estos perros”.
El trabajo sigue su curso, ya que con lo que han hallado, los investigadores no pueden descartar el papel de la presión selectiva para explicar las diferencias entre las dos poblaciones de perros.
“En términos humanos, esto es como estudiar una población que está a siglos de distancia de la que estaba presente en el momento del desastre. Es posible que los perros que sobrevivieron el tiempo suficiente para reproducirse ya tuvieran rasgos genéticos que aumentaran su capacidad de supervivencia y, quizá, lo que hubo fue una ‘selección natural’ extrema al principio”, comenta otra de las autoras, Megan Dillon.
La investigadora apunta que puede que, tras esa presión extrema, los perros de la planta nuclear simplemente se mantuvieran separados de la población de la ciudad. “Investigar esa vía es un próximo paso en el que estamos trabajando”, comenta.
Desastres inevitables
Otro de los autores es Norman Kleiman, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia. Keiman comenta que “la mayoría de las personas piensan en el accidente nuclear de Chernóbil como un desastre radiológico en un rincón abandonado de Ucrania, pero las posibles implicaciones adversas para la salud son mucho más amplias”, y esto se debe a muchas otras toxinas, como metales pesados, polvo de plomo, pesticidas y asbesto.
Lo curioso es que la mayor parte de estas toxinas se liberaron al medio ambiente durante las décadas de limpieza posteriores y es algo que también puede haber tenido influencia en los seres vivos de la zona. “Estudiar animales de compañía, como estos perros, nos ofrece una ventana a los tipos de riesgos para la salud que podemos enfrentar las personas”.
“No se puede exagerar la importancia de seguir estudiando los aspectos de salud ambiental de desastres a gran escala como este. Es seguro que, dado el carácter cada vez más tecnológico e industrial de nuestras sociedades, inevitablemente habrá otros desastres similares en el futuro, y necesitamos comprender los posibles riesgos para la salud y cómo proteger mejor a las personas”, subraya el investigador.
Así, entender esas variaciones genéticas en los perros no sólo es la respuesta a una curiosidad científica, sino a algo práctico de cara a entender mejor los riesgos naturales de ciertas partículas ante otro posible, según Kleiman, desastre de dimensiones similares.
Imágenes | Cloth Map, Tim Porter