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Hasta hace unos años Islandia mantenía en vigor una de las leyes más locas del mundo: permitía matar vascos en el país

Islandia es conocida por sus aguas termales, volcanes, aurora boreal y glaciares, todo entre paisajes costeros y pueblos dignos de las mejores postales. Hasta hace no tanto, sin embargo, no era el mejor destino si el visitante procedía de una región muy concreta del planeta: el País Vasco. Aunque suene extemporáneo (que lo era) y a una locura (ídem) hasta hace una década escasa la isla mantenía vigente un edicto del siglo XVII que daba carta blanca a sus habitantes para asaltar, robar e incluso asesinar a marineros vascos.

La ley es interesante por su contenido, pero también por su contexto, que conecta con el pasado ballenero de la región y uno de los episodios más terribles de la historia islandesa, si no el que más: la masacre Spánverjavígin.

Un viaje diplomático peculiar. En abril de 2015 Martin Garitano, por entonces Diputado General de Guipúzcoa, protagonizó el que quizás haya sido el viaje más rocambolesco de su carrera política. No tanto por el destino, Hólmavik, un pueblo al oeste de Islandia, como por lo que allí se hizo.

Como parte de un acto institucional con autoridades locales durante el que se descubrió una placa conmemorativa, entonaron canciones y recitó una oración marinera, Jónas Guðmundsson, comisario de la región de los Fiordos occidentales islandeses, revocó un edicto del siglo XVII.

Spanverjavigine

¿Y eso por qué? Muy sencillo. Porque el edicto en cuestión era probablemente uno de los más rocambolescos, extemporáneos, delirantes y crueles de la legislación internacional. La norma tenía sus orígenes en 1615 y recogía que si un islandés se encontraba con un marinero vasco en la isla podía asaltarlo, arrebatarle todo lo que llevase encima e incluso, si era necesario, asesinarlo sin piedad.

Claro está, en 2015 en la isla regían otras leyes que neutralizaban aquel viejo edicto y prohibían a los islandeses asesinar vascos igual que vetaban la matanza de cualquier otro hijo de vecino. Pero lo cierto, siendo quisquillosos, es que en 400 años nadie se había molestado en derogar el decreto del XVII, así que técnicamente seguía en vigor. Cuando le preguntaron al respecto, Guðmundsson bromeaba: «Al menos ahora será seguro para ellos [los vascos] venir».

De política y economía. Para comprender el edicto «anti vascos» de 1615 hay que conocer su contexto. De entrada, la Islandia de comienzos del XVII era bastante diferente a la de ahora. No era un país independiente (status que no alcanzó de hecho hasta siglos más tarde, en 1944) y su control estaba en manos de gobernadores regionales amparados por el rey de Dinamarca, cargo que desde 1588 ejercía Cristián IV.

En lo que se refiere a la economía, en la época había un negocio lucrativo que interesaba especialmente a la Corona danesa: la caza de ballenas en el Atlántico Norte.

De los enormes cetáceos capturados en el mar se aprovechaban la carne, los huesos, el esperma e incluso las barbas, muy apreciadas para la elaboración de varillas para paraguas, sombrillas y corsés. Si había un recurso de las ballenas apreciado era sin embargo su aceite. Entre otros fines, se usaba para iluminar casas y la fabricación de jabón, lubricanes y fármacos. Tan apreciada era la grasa de las ballenas que hay quien la equipara a nuestro petróleo.

¿Y qué tiene que ver con los vascos? Pues que destacaban en esa empresa, como explica en detalle Imanol Sánchez en un ensayo publicado en RIEV sobre los balleneros vascos en la Islandia del XVII. Sus marineros no tardaron en fijarse en las posibilidades de la Eubalaena glaciales, los enormes cetáceos que habitaban entre Islandia y Mauritania y navegaban por el Atlántico Norte durante sus migraciones. Y eso los animó a adentrarse cada vez más en el océano.

Se sabe de incursiones por el litoral vasco para capturar cetáceos ya en el XI, entre el XII y XIV los cazadores se expandieron por el resto de la costa cantábrica y hacia los siglos XVI y XVII, recuerda Sánchez, los balleneros vascos ya buscaban presas en las aguas del entorno de Groenlandia e Islandia. Hay pruebas que los sitúan allí al menos en 1604 y antes ya habían dejado huella en Terranova y Labrador.

Un negocio disputado. El problema es que los marineros vascuences no eran los únicos interesados en el aceite de ballena, un valiosísimo recurso que ambicionaba también el rey de Dinamarca y Noruega. Y claro, surgieron roces.

«Los daneses fueron enviados por Christian IV a cazar ballenas a los mares del norte de Noruega y por las islas Spitzbergen en 1615, y su encuentro con los marineros vascos creó las primeras disputas», relata el investigador de la UPV/EHU.

En abril de ese mismo año se prohibió a los marineros de Euskadi cazar ballenas en aguas de Islandia. Y para dejar claro que las autoridades danesas iban en serio se dictó el famoso (y terrible) edicto que daba carta blanca para perseguir, asaltar, robar y matar a navegantes vascos. Por supuesto, también se prohibió a los islandeses que trabasen amistad o comerciasen con los balleneros de España.

Vascos

Un mazazo para las relaciones. La postura beligerante que adoptó Dinamarca en 1615 debió de ser un mazazo para los gobernantes islandeses, que dijese lo que dijese la ley danesa sí permitían a los isleños hacer negocios con los vascos… siempre y cuando estos últimos pasasen antes por caja para pagar las comisiones correspondientes, claro.

Sánchez recuerda de hecho que la relación entre ambos pueblos era «en gran medida buena» y se cimentaba en una «estrecha relación comercial». Su vínculo fue lo suficientemente estrecho y frecuente como para que diese pie a un pidgin, una suerte de lengua mixta, mezcla de vasco e islandés. En el otoño de 1615, con las relaciones con los marineros de Euskadi tensadas y Copenhague especialmente beligerante, se produjo sin embargo un episodio que acabaría asestando un severo mazazo a las relaciones entre ambos pueblos.

Del papel… a la matanza Baskavígin. El edicto del siglo XVII que permitía cazar y asesinar marineros vascos en Islandia podría haberse quedado en una excentricidad legal sin más si no fuera porque, hacia finales de 1615, decidieron aplicarla con toda su dureza en el extremo oeste de la isla. Y eso dio pie a una de las masacres más sanguinarias de la historia del país, una que todavía sigue presente en el recuerdo de los lugareños. Su nombre: Baskavígin o Spánverjavígin.

Sus involuntarios protagonistas fueron los tripulantes de tres navíos que habían zarpado desde aguas vascas para cazar ballenas y zozobrando en el noroeste de Islandia durante un temporal. En total acabaron atrapados en la isla 83 marineros. Para sobrevivir se dedicaron a apropiarse de ganado de los aldeanos, lo que llevó a un pastor a alertar al gobernador de las provincias de Ísafjörður y Strandir, un dirigente de talante autoritario llamado Ari Magnusson.

Una matanza sangrienta. El episodio lo relata magistralmente Sánchez en su ensayo para RIEV. No se sabe hasta qué punto fue veraz la carta del pastor, pero sí que Magnusson vio en ella la oportunidad ideal para aplicar con todo el peso de la ley el edicto danés. En octubre convocó a una docena de jueces que dieron luz verde a ejecutar las órdenes dictadas por el rey Cristián IV y asesinar a los náufragos vascos.

De los 83 marineros que arribaron a las costas islandesas, 51 consiguieron escapar de la isla, pero los otros 32 acabaron masacrados. Aunque se separaron en dos grupos, no lograron sobrevivir. Sánchez recuerda que 13 fueron asesinados ya el 5 de octubre, antes incluso de que los jueces activasen el edicto, a manos de aldeanos que los confundieron con piratas. Al resto los mató sin piedad la turba dirigida por Mganússon, que no dudó en recurrir a piedras, barcas y armas blancas y de fuego para darles caza y acabar con sus vidas. Algunas crónicas aseguran que mutilaron los cadáveres y los pasearon por las aldeas.

¿Y por qué esa saña? Se sabe que Mganússon era un gobernador inflexible, pero lo ocurrido en el otoño de 1615 tiene poco que ver con su celo como legislador. Probablemente lo que buscaba al ejecutar a los vascos no era cumplir la ley danesa, sino borrar las huellas de sus propios delitos. Haciendo oídos sordos a las órdenes de Cristian IV, hasta entonces el dirigente isleño había hecho la vista gorda con los balleneros vascos a cambio del cobro de comisiones.

El problema es que los naufragios de 1615 y lo ocurrido al oeste de Islandia lo pusieron en un brete. Si aquellos sucesos llegaban a oídos del monarca y se ahondaba en lo que había ocurrido hasta entonces en la isla (y su propio papel desoyendo las órdenes reales), se arriesgaba a ser él mismo el que acabase en el cadalso. Su solución: ser inflexible. Y aprovechar lo ocurrido para demostrar que si había alguien que hiciera cumplir los edictos en Islandia era él.

Y 400 años después… Aquello ocurrió en 1615. Terminó el siglo XVII, el XVIII, el XIX, llegó el XX e Islandia logró convertirse primero en una región autónoma y más tarde en un país independiente, se cambió incluso de milenio… y nadie volvió a acordarse de revocar la norma activada para mantener alejados a los balleneros vascos de la isla. Así fue al menos hasta 2015, cuando aprovechando el 400 aniversario de la matanza de Baskavígin se celebró un homenaje y se anuló el decreto del XVII, aunque fuera con carácter simbólico.

Garitano no fue el único representante del País Vasco que participó en aquel homenaje a los marineros masacrados siglos atrás. La placa que recuerda lo sucedido en Holmavik la descubrieron dos personas ligadas en cierto modo a Baskavígin: un descendiente de uno de los navegantes asesinados y otro de uno de los autores de la matanza. Una prueba más de que los tiempos han cambiado y, como bromeaba Guðmundsson, los vascos ya pueden desembarcar en la isla para admirar sus paisajes sin miedo a perder la vida.

Imágenes | EAJ-PNV (Flickr), Gashif Rheza (Unsplash), Stjórnarráð Íslands y Aiaraldea Gaur eta Hemen (Flickr)

En Xataka | En EEUU hay una ciudad «colonizada» por los vascos. Y tiene su propia ikastola, frontón e ikurriñas en la calle

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