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'The Brutalist' es tan larga que incluye un intermedio de 15 minutos. Y para sorpresa del propio director, la gente está encantada

Desde que se comenzó a hablar de ‘The Brutalist’, la película de Brady Corbet que está nominada a diez Oscar y que se presenta como una de las favoritas a copar las listas de lo mejor del año, todas las crónicas y críticas recalcaron su duración, inusualmente larga, de tres horas y media. Y también la aún más inusual decisión de que se proyectara dividida en dos partes, separadas por un intermedio de quince minutos.

Pero por qué. ¿Era necesario el intermedio? Según Corbet y su coguionista Mona Fastvold, sí. En una entrevista con Indie Wire contaron que «siempre estuvo guionizado, el intermedio. Es curioso, en cierto modo ha llamado más la atención de lo que esperábamos. A mí personalmente me cuesta sentarme quieto durante tres horas y media, así que lo necesitaba. Y fue una decisión de cara al público». Y añadieron que «la gente se sienta en casa y ve entre ocho y dieciséis horas de una serie limitada con pequeños descansos, así que si aplicas esa idea a esta película, te la estás zampando con un pequeño descanso en medio».

Películas cada vez más largas. Hay un cálculo muy de moda en estos tiempos, con el fin de maximizar el tiempo que dedicamos al ocio y que valora la rentabilidad de las obras culturales: cuanto más largo, más valor le estamos dando a nuestro tiempo libre. En la industria del videojuego hace tiempo que el número de horas que se necesitan para acabar un juego es un detalle que se hace público antes de que salga a la venta. Y las películas y series cada vez son más extensas, garantizando al espectador que puede invertir buena parte de su jornada (o la jornada entera) en devorar una historia. Solo en ese contexto cada vez son menos extraordinarias películas como ‘Wicked‘ (160 minutos), ‘The Batman‘ (176), ‘Oppenheimer‘ (180), ‘Vengadores: Endgame’ (182)… pero ninguna tiene intermedio. Claro, que ninguna dura 215 minutos.

Antes había intermedios, pero como eres joven no lo recuerdas. Décadas atrás se pasusaban varias veces las películas: el cambio de rollo en el proyector exigía una pausa que pronto fue eliminada, cuando llegaron los proyectores que no exigían interrumpir la proyección para el cambio de rollo. Y luego, la llegada del cine digital se cargó ese parpadeo característico en la imagen y el sonido que los más viejos del lugar identificamos con el cine analógico. Es decir, que el intermedio de ‘The Brutalist’ es completamente innecesario (salvo que contemos como necesidad acudir al baño y estirar las piernas, que no es poco), y aún así se hace. ‘The Brutalist’ también en eso parece una película de otro tiempo.

Un intermedio muy pensado. Lo interesante de ‘The Brutalist’ es que no es un corte, como sucedía en las películas antiguas, que sucede cuando un rollo de película se acaba, o como sucedió en algunos cines con la también monstruosa ‘Los asesinos de la luna‘ (206 minutos), cuando a la sala le parecía conveniente. Se trata de un intermedio muy pensado, que divide la película en dos partes que difieren en tono y estilo. La película es algo en su primera mitad, y tras el intermedio, es otra cosa. El intermedio ayuda a que el espectador se prepare para ese cambio, y también refuerza la cualidad operística de la película: porque en el teatro y la ópera se siguen haciendo intermedios.

Todo el mundo ama el intermedio. Esta decisión estética aparentemente intrascendente se ha convertido en una de las señas de identidad más celebradas de la película. Se está diciendo que es una forma de recuperar el cine como experiencia total, que obliga a comentar lo que hemos visto, a plantearnos qué esperamos de lo que queda, y a ver la película como algo más que un mero trámite de acudir a una sala cualquiera a consumir de forma pasiva. Junto con su celebración de los formatos mastodónticos y su estilo clásico y preciosista, ‘The Brutalist’ se ha convertido, más allá de una película admirable, en toda una fiesta para cinéfilos.

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