Llevamos siglos contaminando los mares con mercurio. No esperábamos que la solución fuera la ingeniería genética
Hay algo que tienen en común las erupciones volcánicas, la combustión del petróleo, la incineración de residuos, la producción de sustancias químicas o la extracción de oro: liberan mercurio en el medio ambiente. Un mercurio que acaba depositado en las aguas, transformado en metilmercurio por millones de microorganismos, almacenado en el pescado y, finalmente, servido en nuestras casas a la hora del almuerzo.
Tenemos un problema con el metilmercurio. Eso es obvio. El problema es que es muy difícil de solucionar. Y eso no está obligando buscar ideas en otro sitio.
¿Qué es exactamente el metilmercurio? El mercurio ya es una preocupación mundial debido a su persistencia en el medio ambiente, su capacidad de bioacumulación en los ecosistemas y sus importantes efectos adversos para la salud humana. Pero el metilmercurio, la forma orgánica más frecuente en el medio marino se lleva la palma.
Nada de esto sería un problema si no fuera porque, además, el metilmercurio es la forma «más tóxica y la más fácilmente absorbible por los organismos vivos, ya que es altamente liposoluble y presenta una gran capacidad de fijación en las proteínas y, además, muestra un grado elevado de bioacumulación».
¿Tan peligroso es? Pues sí. Altas dosis de este compuesto son muy tóxicas para el sistema nervioso central y especialmente «para el cerebro en desarrollo del feto y en la primera infancia». Puede provocar «problemas conductuales leves, trastornos del lenguaje, pérdidas de memoria, visión y auditivas, dificultades de aprendizaje y retrasos del desarrollo».
¿Y no hacemos nada para evitarlo? Sí, hemos intentado varios enfoques. En 2013 los gobiernos de todo el mundo adoptaron el Convenio de Minamata para intentar controlar las «liberaciones antropogénicas de mercurio y otros compuestos» derivados. De hecho, en la última década la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (y sus equivalentes nacionales) han ido estableciendo criterios cada vez más estrictos para los alimentos con riesgo de exposición a estos compuestos.
El problema es que no es fácil controlar esa liberación y, por ahora, no podemos hacer mucho más que reducir riesgos.
Una solución… original. Ahora, unos científicos australianos dicen haber descubierto una nueva forma eficaz de limpiar el metilmercurio. El equipo de investigación de la Universidad Macquarie y el CSIRO australiano ha logrado modificar genéticamente moscas de la fruta y peces cebra para transformar el metilmercurio en un gas mucho menos dañino que se dispersa en el aire.
El equipo ha modificado el ADN de estos dos animales para insertar variantes de genes de bacterias que les hacen crear dos enzimas que pueden convertir el metilmercurio en mercurio elemental. En términos generales, podríamos decir que lo inactivan. No se vuelve inocuo, pero su toxicidad y bioacumulación cae muy significativamente.
¿En serio? «Aún me parece magia que podamos usar la biología sintética para convertir la forma más dañina del mercurio y evaporarlo», explicaba Kate Tepper, bióloga sintética y autora principal del artículo. Y, efectivamente, suena casi ciencia ficción.
Hay que decir que, evidentemente, hablamos de una investigación en las primeras fases de desarrollo y queda mucho por comprobar. No obstante, es un resultado muy interesante. Muy peligroso y muy cargado de cuestiones éticas, pero muy interesante para el desarrollo de la ingeniería genética del futuro. Otra cosa es que nos atrevamos a llegar tan lejos.
Imagen | John Cameron