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EEUU y Canadá llevan dos siglos disputándose una isla diminuta e inhabitable. Un tesoro de su "zona gris" la hace irresistible

La reciente insistencia de Donald Trump en anexar Canadá como el 51° estado ha dado para reflexiones en el ámbito político estadounidense. Si bien la idea no parece tomada en serio en Washington y el gobierno canadiense ha dejado claro que no tiene interés en unirse a Estados Unidos, el New York Times realizó un análisis en clave electoral de tal escenario revelando una consecuencia inesperada: la incorporación de Canadá garantizaría una ventaja política para el Partido Demócrata en futuras elecciones. Sea como fuere, lo único cierto en toda esta historia es la eterna disputa por un islote entre ambas naciones.

Una isla y su importancia. Hablamos de Machias Seal Island, un pequeño islote de 18 hectáreas situado en el punto de confluencia entre la Bahía de Fundy y el Golfo de Maine, que representa la última disputa territorial entre Canadá y Estados Unidos. Aunque su tamaño y geografía rocosa la hacen poco o o más bien nada habitable, su valor estratégico y la riqueza de sus aguas han mantenido el conflicto latente por más de dos siglos.

Un faro como símbolo de soberanía. La historia de la disputa se remonta a la Guerra de 1812, cuando tanto Estados Unidos como Gran Bretaña reclamaron la isla y sus aguas circundantes debido a su ubicación en una importante ruta de navegación. En 1832, Gran Bretaña construyó un faro en la isla para consolidar su control, y desde entonces, Canadá ha mantenido una presencia permanente en el lugar a través de fareros que, además de su labor de señalización marítima, actúan como guardianes simbólicos de la soberanía canadiense.

A este respecto, Russell y Anthony Ross, hermanos fareros, se turnan cada 28 días para mantener el faro en funcionamiento. Aislados en la isla, su trabajo va más allá de la vigilancia: reciben a los visitantes que llegan en verano y, en invierno, soportan el clima extremo del atlántico sin posibilidad de regresar al continente hasta que termine su asignación. Para ellos, la isla es más que un territorio en disputa: es su hogar temporal y un símbolo de una tradición que pocos aún mantienen viva.

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Frailecillos en la isla

Un santuario para la vida silvestre. A pesar de su estatus geopolítico incierto, Machias Seal Island es reconocida como un santuario de aves marinas. ¿La razón? Miles de frailecillos atlánticos, mérgulos comunes, charranes árticos y alcas comunes anidan allí cada verano, convirtiéndola en un punto de referencia para científicos y observadores de aves.

De hecho, el Servicio Canadiense de Vida Salvaje protege el acceso a la isla, permitiendo solo la llegada de dos embarcaciones turísticas diarias, una desde Maine y otra desde Nuevo Brunswick, con un cupo limitado de visitantes. Científicos como Tony Diamond, director del Atlantic Laboratory for Avian Research, han estudiado estas colonias desde 1995, resaltando la importancia del ecosistema de la isla como un termómetro del estado del océano.

Turismo bajo vigilancia. Para evitar males mayores, la experiencia de los turistas es rigurosamente controlada. Tanto es así, que para evitar daños a los nidos, deben permanecer en pasarelas de madera y utilizar pequeñas estructuras de observación camufladas en el paisaje.

Aunque llegar a la isla no es fácil, la mayoría de los visitantes consideran que el esfuerzo vale la pena, ya que es uno de los pocos lugares donde se pueden ver a estos frailecillos en su entorno natural sin perturbaciones.

La disputa: aguas de la zona gris. Más allá del pequeño islote, el verdadero conflicto entre Canadá y Estados Unidos no está en la tierra, sino más bien en el mar. Las aguas alrededor de Machias Seal Island son conocidas como la «zona gris», un área de aproximadamente 700 kilómetros cuadrados donde ambos países reclaman derechos de pesca.

Es más, en las últimas décadas, la «zona gris» cuenta con un tesoro invaluable: la creciente demanda de langosta ha convertido la zona en un recurso económico crucial. El precio del crustáceo se ha triplicado, alcanzando valores de hasta 4 dólares canadienses por 400 gramos, lo que ha impulsado la prosperidad de comunidades pesqueras como Grand Manan, en Canadá.

Vivir en el conflicto. Para muchos pescadores, la zona gris representa una oportunidad de ingresos constante, y aunque no existen acuerdos formales, han desarrollado un sistema de convivencia basado en el respeto mutuo. Por supuesto, no todo es armonía.

A medida que la demanda de langosta ha seguido en aumento, la presión sobre los recursos marinos es cada vez mayor. Veteranos del sector advierten que la sobrepesca podría agotar la población de langostas, siguiendo el mismo patrón de colapso que afectó a la industria del arenque, los peces de fondo y las vieiras en el pasado.

Futuro incierto. Sea como fuere, y a pesar de la disputa territorial, hasta ahora Canadá y Estados Unidos han evitado un conflicto abierto sobre Machias Seal Island y la zona gris, manteniendo ese frágil equilibrio entre la presencia simbólica de Canadá en la isla y la explotación pesquera conjunta en sus aguas. Con todo, las recientes tensiones políticas y comerciales entre ambos países han generado incertidumbre sobre el futuro de este enclave. En ese sentido, las últimas declaraciones de Trump no han ayudado.

Los habitantes de la isla, ya sean fareros, científicos o pescadores, continúan con sus vidas al mismo tiempo que la política internacional sigue su curso. Mientras los frailecillos siguen anidando en los acantilados y los barcos langosteros faenan en la zona gris, el islote se mantiene como un punto minúsculo en el mapa, aunque no uno cualquiera: uno con una influencia geopolítica, económica y ecológica mucho mayor de lo que su tamaño sugiere.

.Imagen | Melissa McMasters, Melissa McMasters

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