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Neuroplasticidad: la gente que defiende que Internet nos está cambiando el cerebro para siempre

Nuestro cerebro es un órgano en constante cambio. Cambia a lo largo de nuestra vida no solo como resultado de nuestro crecimiento y envejecimiento, también como consecuencia de actividades cotidianas, desde el ejercicio hasta la lectura, pasando por el sueño y otras acciones diversas.

Por supuesto, el tiempo que pasamos frente a las pantallas, sea la de un ordenador o la de nuestro móvil, también afectan a nuestro cerebro. Asociamos estos cambios a problemas como la pérdida de nuestra capacidad de atención o la aparición de comportamientos adictivos asociados por ejemplo al uso de redes sociales.

Saber cómo interactúa nuestro cerebro con el mundo digital en la era de las redes sociales es un paso clave para mejorar nuestro bienestar en este nuevo contexto, comprendiendo la magnitud de  problemas como los antes mencionados e intentando hallar también el lado positivo de estas interacciones. Es por eso que este resulta un campo de gran interés para la investigación.

Decíamos antes que nuestro cerebro es un órgano que no para de cambiar. Estos cambios representan la esencia misma del aprendizaje (y mucho más). A la capacidad del cerebro para transformarse y reconfigurarse, incluso a nivel fisiológico, como respuesta a estímulos externos la denominamos neuroplasticidad. Así lo explica Loles Villalobos Tornero, del Departamento de psicología experimental procesos cognitivos y logopedia de la Universidad Complutense de Madrid, en un artículo en The Conversation.

“Llamamos neuroplasticidad a la capacidad extraordinaria de nuestro órgano pensante para transformarse y reconfigurar funcional y físicamente su estructura en respuesta a estímulos ambientales, experiencias conductuales o demandas cognitivas. En definitiva, a las situaciones que vivimos. Esto es posible principalmente gracias a la creación y el control del número de neuronas, la migración de estas células nerviosas y la formación de nuevas conexiones”, indica Villalobos Tornero en su pieza.

Lo que hace nuestro cerebro es, en cierta medida, mejorar las conexiones neuronales entre neuronas que tienden a activarse al unísono, lo cual facilita las sinapsis entre estas, es decir, el acto de transmitir actividad de una neurona a otra. Estos cambios, como señala la experta, afectan a la estructura misma de las redes neuronales.

Hay dos ejemplos recurrentes cuando hablamos de neuroplasticidad: músicos y taxistas.  El entrenamiento marcadamente especializado en estos gremios se traduce en cambios fisiológicos en los cerebros de estas personas. En un caso en el aprendizaje rítmico y armónico, así como en la destreza requerida para tocar un instrumento; en el segundo, en el aspecto espacial.

En su artículo en The Conversation, Villalobos Tornero también habla de la importancia de la neuroplasticidad en otro contexto, el de las lesiones cerebrales. Cuando una lesión cerebral impide al cerebro continuar desarrollando una tarea, el cerebro reconfigura su actividad para poder desarrollar la misma tarea recurriendo a las zonas íntegras del órgano. Tal es la capacidad adaptativa de nuestro cerebro.

No resulta de extrañar por tanto que sí, que el uso de las herramientas digitales actuales, Internet, smartphones y redes sociales tienen la capacidad de cambiar nuestro cerebro. La cuestión del cómo y en qué medida es lo que lleva años intrigando a los expertos en cerebro y cognición. Para entender el cómo aún debemos introducir otro concepto más.

La capacidad de nuestro cerebro para adaptarse a nuevas situaciones asombrosa, señalábamos. Más si tenemos en cuenta que este órgano no evolucionó para seguir hipervínculos sino para tareas como buscar alimentos y escapar de depredadores. Si queremos entender cómo se adapta el cerebro a algo tan alejado de las funciones para las que evolucionó, debemos también tener en cuenta la idea de la cooptación cortical.

La cooptación cortical puede verse algo así como el “reciclaje de áreas cerebrales” que en origen habrían evolucionadoara desarrollar determinadas funciones para poder asimilar nuevas habilidades, explica Lucia Amoruso, investigadora en el BCBL (Basque Centre on cognition Brain and Language).

“Un ejemplo clásico es [el de la lectura y escritura]. Desde un punto de vista evolutivo, los seres humanos no nacemos con un módulo cerebral específico para estas habilidades”, explica la investigadora. “Sin embargo, a lo largo del desarrollo, el cerebro «recicla» áreas previamente especializadas en el reconocimiento de objetos y rostros (…) para permitir la adquisición de la lecto-escritura.”

Para Amoruso, la transformación cerebral actual es similar, con nuestro cerebro teniendo que adaptarse a estímulos distintos, “rápidos, dinámicos y fragmentados”.

Décadas estudiando

El año 2010, cuando las redes sociales se encontraban en plena explosión, vio la publicación de dos libros sobre el tema. En una reseña para la revista Nature, Daphne Bavelier y Shawn Green ponían la atención en el hecho de que, pese a estar ambos libros basados en el conocimiento científico en la materia, sus respectivos autores llegaban a conclusiones diametralmente opuestas.

Estudios como los que ya hace más de una década nos mostraban, a través por ejemplo de resonancias magnéticas, que nuestro cerebro activa cuando navega por internet una red neuronal mayor que la que pone en funcionamiento cuando simplemente lee. Algo que no resulta del todo sorprendente, al fin y al cabo navegar por internet requiere una mayor actividad que la lectura, más pasivo. Mayores redes neuronales activándose resulta indicativo de que la huella en nuestro cerebro de nuestra actividad virtual podría ser mayor que la que nos deja la lectura “convencional”.

Curiosamente, la activación neuronal en las búsquedas en internet también era mayor entre las personas con cierto conocimiento del medio digital, en contraste con las personas menos familiarizadas con el entorno digital. Nick Bilton y Nicholas Carr, los autores de los libros, Interpretan este mismo hecho de formas distintas. Si para Bilton esto es señal de aprendizaje; Carr recordaba que el uso de un mayor número de neuronas no implica necesariamente una mejora en nuestros procesos cerebrales.

Sacar conclusiones generalizables en este contexto es difícil. Pero han pasado más de dos décadas desde 2010 y el número de estudios analizando este tema se ha ampliado. En 2019, un equipo de investigadores publicó una revisión de la literatura científica que abordaba el tema con el fin de resumir el “estado de la ciencia” al respecto de este tema.

Los detalles de su análisis fueron publicados a modo de artículo en la revista World Psychiatry. En su artículo, el equipo indicaba que un uso elevado de internet podía impactar en diversas funciones del cerebro. Ejemplificaba esto señalando que las notificaciones o las ventanas emergentes habituales en este contexto favorecían una “atención dividida”, reduciendo de esta forma nuestra capacidad de concentración.

Una de las conclusiones del equipo fue la misma que en 2010: hacen falta más estudios sobre el tema. Nuestra comprensión del cerebro humano es aún limitada, por lo que ampliar nuestra capacidad para estudiar cómo este cambia es todo un reto. Poco a poco, estudio a estudio, avanzamos en la comprensión.

Ante tal desconocimiento, la cuestión de si estos cambios en nuestro cerebro suponen nuevas dificultades para que este se pueda desenvolver en el mundo real (una visión pesimista del cambio), o si por el contrario nuestro cerebro acabará beneficiándose de tales cambios (visión optimista), resulta imposible de resolver.

Artículos como el de World Psychiatry o libros como el de Nicholas Carr tienden a una visión pesimista de los cambios. Amoruso señala que aún es pronto para dejarse llevar por el pesimismo: “esta visión pesimista no captura completamente la complejidad del fenómeno. En lugar de considerar estos cambios como inherentemente negativos, podríamos también resaltar sus ventajas e interpretarlos como un nuevo desafío para la capacidad del cerebro de reorganizarse y adaptarse, en línea con su notable plasticidad”.

El impacto positivo de algunos videojuegos es un ejemplo. Amoruso habla en este sentido de los exergames (exercise + games), aquellos que combinan el entretenimiento digital con la actividad física, juegos con potencial para mejorar nuestra coordinación visoespacial y motora, desarrollar nuestra capacidad atencional o ayudar en otros muchos campos.

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Imagen | Jonas Leupe

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