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Hay tantos ancianos muriendo solos en Japón que ha surgido una industria: los que limpian lo que nadie quiere ver

En septiembre Japón ofreció un dato revelador y más terrible que el número de ancianos que morían solos en la nación: lo que tardaban en encontrarlos. En los primeros seis meses de año llevaban 28.330 muertes solitarias, pero según la policía, las autoridades tardaron dos semanas o más en descubrir los fallecimientos en hasta 5.000 ancianos, el 17,3%. La cifra desvela a las claras la crisis que sufre el país, un problema de tales dimensiones que incluso ha surgido a su lado una industria inédita: los servicios que limpian las huellas de la soledad.

El fenómeno y su “limpieza”. En Japón, el fenómeno de las kodokushi, las personas en su mayoría ancianas que mueren solas y pasan desapercibidas durante semanas o meses, se ha convertido en una trágica expresión del envejecimiento acelerado y el debilitamiento de los lazos comunitarios.

Solo así se entiende la aparición de una industria inédita de equipos de limpieza como los de la Japan Association of Memento Organization (JAMO), quienes se dedican a limpiar las escenas de estas muertes, enfrentándose no solo a condiciones insalubres, sino también a la desolación emocional de borrar las últimas huellas de vidas olvidadas. Los trabajadores, protegidos con trajes, guantes y mascarillas, ingresan a viviendas donde el olor a descomposición y la acumulación de objetos reflejan historias de aislamiento y abandono.

Industria en auge. El aumento de estos casos ha dado lugar a un sector de limpieza especializado que, más allá de su labor técnica, enfrenta diariamente la crudeza de la muerte solitaria. Muchos de estos limpiadores coinciden en que su trabajo les obliga a cuestionar la relación de la sociedad japonesa con la vejez, la muerte y la soledad.

Contaba en un amplio reportaje el Japan Times que con una población que envejece rápidamente y un número creciente de personas mayores sin redes familiares o comunitarias, las kodokushi ya no son excepcionales, sino un reflejo constante de un problema estructural.

Hogares atrapados en basura. Meses atrás, JT informaba de una problemática que ahora se refleja en este tipo de incipiente industria: la creciente crisis de acumuladores compulsivos en Japón, una realidad que afecta principalmente a personas mayores atrapadas entre la soledad, la presión social y el abandono institucional.

En ciudades con espacios reducidos y jornadas laborales extenuantes, muchos ciudadanos acumulan objetos y basura hasta niveles muy peligrosos, convirtiendo sus viviendas en escenarios insalubres y caóticos. El reportaje hablaba de casos como el de Hana Fujiwara, quien perdió su libreta de pensión entre montañas de desechos, y que ilustran cómo este fenómeno va más allá de una simple desorganización y refleja una profunda desestructuración emocional y social.

El caso de Hirokai. Contaba el Washington Post un ejemplo de esta nueva industria. La escena era desgarradora: un futón manchado, moscas y gusanos esparcidos por toda la habitación, papeles pegados al suelo por fluidos corporales y una vivienda colmada de basura.

Así hallaron a Hiroaki, un hombre de 54 años que, tras meses de haber muerto sin ser descubierto, pasó a engrosar la lista de kodokushi en Japón. El equipo de Next, otra de estas empresas especializadas en limpiar escenarios de muertes solitarias, se encargó de sanear la pequeña vivienda, sin gestos de asco ni dramatismo, conscientes de que esta es ya una rutina habitual en el país.

El caso de Kenji Kono. El medio Time también analizó la incipiente industria a través de la historia de Kono, un hombre de 65 años hallado muerto por golpe de calor meses después de fallecer solo en su apartamento de Osaka. Su cuerpo fue descubierto por el olor que alertó a los vecinos, y tras la intervención de la policía, fue la empresa Kansai Clean Service la encargada de limpiar la escena.

Sus profesionales, liderados por Noriyuki Kamesawa, tienen la misión de restaurar por completo los espacios donde ocurren estas muertes, eliminando olores, manchas y, en esencia, cualquier rastro físico del difunto. Sus precios oscilan entre 200.000 y 800.000 yuanes, y el servicio incluye desde limpieza profunda hasta, en ocasiones, retirar suelos y revestimientos. En muchos casos, las familias prefieren no entrar jamás en estas habitaciones, delegando totalmente la labor emocional y material a estas empresas.

Normalizar el abandono. El Post relataba también que los casos de kodokushi han generado incluso la creación de seguros para propietarios que cubren los costes de limpieza y pérdidas por rentas impagas cuando un inquilino muere solo. Hiroaki, pese a haber trabajado durante décadas en grandes empresas, terminó sin redes personales, dejando atrás un apartamento saturado de recuerdos y basura, pero sin huellas claras de afecto o vínculos significativos.

Factores estructurales. El envejecimiento poblacional, la falta de redes familiares sólidas y el estigma asociado a pedir ayuda son factores que alimentan este problema. Muchas personas acumulan objetos no solo por hábito, sino como mecanismo de defensa ante la soledad o la inseguridad emocional.

Aunque Japón es conocido por su orden y limpieza, detrás de estas puertas cerradas se oculta una realidad donde ancianos viven aislados entre montañas de basura, incapaces de romper el ciclo por vergüenza o miedo a ser juzgados.

La dificultad de intervenir. Las viviendas afectadas suelen estar fuera del radar de los servicios sociales hasta que ocurre una emergencia o, en el peor de los casos, otro kodokushi. Este tipo de hogares complican la atención médica, aumentan el riesgo de incendios y dificultan la convivencia en vecindarios envejecidos. Las empresas de limpieza especializadas y los servicios sociales se enfrentan a enormes desafíos al intentar intervenir, ya que deben lidiar no solo con el desorden físico sino también con el deterioro psicológico de los afectados.

Artefactos de una vida. Aquí volvemos a la función inédita de empresas como JAMO. En cada intervención, los equipos encuentran objetos personales (fotografías, diarios, recuerdos) que evidencian que esas personas alguna vez fueron parte activa de la sociedad, pero terminaron aisladas. Su labor expone, no solo la dimensión física de estas muertes, sino también la emocional: los recuerdos que nadie reclamará y las vidas que acaban sin testigos ni despedidas.

Entre el tabú y la deshumanización. Es la última de las patas del estigma. La soledad que conduce a las kodokushi se agrava por la reticencia cultural a hablar abiertamente de la muerte. Muchos familiares y vecinos optan incluso por ignorar señales o no intervenir, en parte por respeto, pero también por incomodidad o desconocimiento. Mientras tanto, esta industria de limpieza de muertes solitarias se vuelve cada vez más necesaria, llenando el vacío que la sociedad ha dejado en el cuidado de sus mayores.

Una crisis latente. La creciente visibilidad de este fenómeno ha comenzado a generar debates sobre la urgencia de crear comunidades más conectadas, redes de apoyo y políticas públicas que mitiguen la soledad crónica de millones de ancianos.

Como explicaban al Times quienes “limpian” todo rastro de soledad, mientras no cambie la estructura social y familiarde la nación, las kodokushi seguirán aumentando. La muerte, en estos casos, deja de ser solo un final para convertirse en el síntoma visible de un país que lucha por cuidar a los suyos en su etapa más vulnerable.

Imagen | RISKBENEFIT

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