En plena crisis de natalidad, en EEUU hay un movimiento que aspira a dar un vuelco a su demografía: el pronatalismo

«Quiero más bebés en Estados Unidos de América». La frase es de J.D. Vance e importa sobre todo por dos razones. La primera, porque aunque el republicano había mostrado antes su obsesión por las tasas de natalidad, ese comentario en concreto lo soltó en enero, durante su primer discurso público como vicepresidente del país. El segundo motivo es que al pronunciarlo Vance hizo algo más que dar su su opinión personal: conectó con un movimiento que, si bien no es nuevo, parece estar ganando peso (y visibilidad) en los EEUU de Trump: el pronatalismo.
Y Vance no es la única figura mediática (ni siquiera en la administración Trump) en sintonizar con un discurso que va más allá de EEUU y llega a España.
¿Qué es el pronatalismo? Grosso modo, el pronatalismo es una ideología que aboga por el aumento de la tasa de natalidad de un país. Así lo define el Cambridge Dictionary, que incide en que su objetivo básico es incrementar la población sin tener que apoyarse en la llegada de inmigrantes. Esa, claro, es la definición a trazo grueso. Si bajamos al detalle se aprecian muchos más matices y una mezcla de ideologías que no siempre coinciden ni en el fondo ni en las formas.
«Puede estar motivado por imperativos culturales, religiosos, geopolíticos o económicos», comenta en The Conversation Céline Delacroix, profesora de la Universidad de Ottawa, y añade: sus políticas «pueden manifestarse de diversas maneras, abarcando desde medidas blandas, como estigmatizar a quienes deciden no tener hijos, a otras duras, incluido restringir el acceso a los anticonceptivos».
Un objetivo, varias razones

Si bien la meta pronatalista está clara, el argumentario que la acompaña (y justifica) no siempre lo está tanto. Bajo su amplio y difuso paraguas se agrupan conservadores con motivaciones religiosas que ven en la familia un pilar social, pero también voces más coincidentes con Musk. En su caso la clave no es tanto religiosa como el temor al colapso demográfico y sus consecuencias a nivel social y económico. La opción de abrir las puertas a la migración quedaría descartada para ellos por su miedo a que acabe debilitando la cultura del país que la recibe.
Quizás el ejemplo más conocido de ese último perfil es el matrimonio formado por Simone y Malcolm Collins, los impulsores de la organización Pronatalist. A pesar de que ninguno de los dos llega a los 40 años, la pareja espera ya su quinto hijo y aspira a tener como mínimo dos más. Sin embargo lo más llamativo de su caso no son las cifras, sino es el ideario que los ha llevado a abrazar el pronatalismo.
Los Collins se definen como tecnopuritanos, ateos, anti racistas, defensores de los derechos LGBTQ+ y su visión del pronatalismo contempla el uso de la fecundación in vitro o selección genética. Es más, ellos mismos han recurrido a ambos, incluido el Test Genético Preimplantacional (PGT) para descartar embriones con riesgo de padecer cáncer o «problemas de salud mental» para los que no hay tratamiento de calidad». «Obviamente analizamos el coeficiente intelectual», añaden.
¿Es algo nuevo? No. El natalismo o pronatalismo existe desde hace varias décadas, pero en EEUU ha cobrado una visibilidad notable por varias razones, más allá de la expectación que puedan despertar casos como el del matrimonio Collins. Uno de esos motivos, fundamental para entender su auge, es el declive de la natalidad de EEUU. La otra es la notoriedad de ciertas figuras en sintonía con el objetivo principal de los natalistas: incentivar la tasa de natalidad del país.
Vance es uno de ellos. Otro es Musk, quien tiene al menos 11 vástagos y en 2022 llegó a tuitear que «el colapso de la tasa de natalidad es, con diferencia, la mayor amenaza que afronta la civilización». El propio Donald Trump ha reconocido abiertamente que quiere impulsar un nuevo «baby boom» en EEUU.
El movimiento más revelador sin embargo lo ha hecho otro alto cargo de Washington, el secretario de Transporte, Sean Duffy. Padre de nueve hijos, Duffy ha pasado de la retórica a los hechos al firmar un memorando que prioriza los proyectos dirigidos a comunidades con tasas de matrimonio y natalidad elevadas. Hay quien lo ha interpretado como un claro ejemplo de «política pronatalista».
La decisión del departamento de Transportes es interesante porque, por más que Trump persiga un nuevo baby boom o Vance comparta su deseo de ver más bebés estadounidenses, hay una cuestión que sigue pendiente: ¿Cómo lograrlo?
Al fin y al cabo EEUU no es el primer país que se propone aumentar su tasa de natalidad y otros muchos, como Japón, China o Corea del Sur, han comprobado lo complicado que resulta. El salto de la teoría a los hechos es también relevante para los natalistas porque transparenta sus tensiones y diferencias internas.
La revista The Atlantic lo refleja bien en un artículo titulado «La soledad del pronatalista conservador». Para incentivar la natalidad hay fórmulas de corte conservador, como fomentar los valores de la familia; pero también otras liberales, como otorgar más subsidios a los padres o apostar por políticas de promoción de la vivienda, una solución que choca a priori con los esfuerzos de Donald Trump (y Musk) por lograr todo lo contrario: meter la tijera en la Administración.
Otro punto de roce es el que representan los Collins: el uso de la fecundación in vitro y otras prácticas que despiertan recelos entre los antiabortistas.
La conexión con Europa (y España)
El pronatalismo tiene partidarios, pero también detractores. Y hay unos cuantos motivos que lo explican. Aunque gente como los Collins intenten marcar distancias con el racismo, hasta hace no tanto los pronatalistas más activos en EEUU eran los nacionalistas blancos preocupados por que otras comunidades los superasen en número. Su auge reciente está además muy ligado con los discursos de figuras de la derecha, como Elon Musk o J.D. Vance, que pronunció su famoso «Quiero más bebés» durante la Marcha por la Vida, una acto contra el aborto.
El resultado es que las formaciones de extrema derecha han capitalizado el discurso pronatalista como reacción al feminismo y la defensa de la autonomía sexual que lleva años dominando en la esfera pública. También a la inmigración. España deja un buen ejemplo. Hace unos días la diputada de Vox Rocío de Meer lamentaba que, pese a que el país está inmersa en «una emergencia demográfica», el Gobierno opta por «importar masivamente a los hijos de otros».
«Parece que llevan muchísimo tiempo hablándonos de una emergencia climática que nadie ve y que todo el mundo padece en forma de pequeñas restricciones en sus entornos cotidianos. Y, sin embargo, la verdadera emergencia, la demográfica, cómo nuestros pueblos se están vaciando, esto es algo que sí que estamos viendo y de lo que nadie está hablando», subraya la diputada de Vox.
No es la primera vez que la formación de extrema derecha toca el tema. Vox ha hecho de la «crisis demográfica» uno de sus grandes frentes de batalla y ha abogado abiertamente por incentivar la natalidad entre los españoles. «Los progres de todos los partidos, del PSOE o del PP, nos dicen que en España hacen falta 25 millones de inmigrantes en los próximos 35 años, cuando lo que hace falta son 25 millones de niños… ¡españoles!», ha llegado a clamar su líder, Santiago Abascal.
Discursos más o menos similares se han escuchado también en la Hungría de Viktor Orbán («No necesitamos cifras, necesitamos niños húngaros») o la Italia de Meloni («Hemos hecho de la natalidad y de la familia una prioridad absoluta»). Y llega una búsqueda rápida para comprobar también su huella en las redes.
Otro dato revelador es que gran parte de los rostros más visibles del protanalismo son hombres. Algo que no es casual. La caída de la natalidad coincidió en gran medida parte con el acceso de las mujeres a la formación, el mercado laboral y los anticonceptivos, por lo que, desliza The Atlantic, hay quien puede ver con recelo que el pronatalistas quieran replantearse esa ecuación.
Algunos expertos, como la profesora Céline Delacroix, ya han levantado la voz para advertir de los peligros de apostar por las políticas que «priorizan los objetivos demográficos», anteponiéndolos incluso a «la autonomía reproductiva».
«Las políticas que priorizan los objetivos demográficos sobre el poder de una persona para tomar sus decisiones reproductivas, han conducido a consecuencias devastadoras», previene Delacroix antes de recordar las medidas adoptadas en los 80 en Rumanía por Nicolae Ceausescu. Y añade: «Las narrativas pronatalistas también socavan los esfuerzos por reducir el impacto en el medio ambiente».
Más allá de las palabras de Vance o los objetivos de los pronatalistas, hay una realidad que marca la demografía estadounidense, al igual que la de otras muchas naciones: el declive de la natalidad. Desde 2008 la tasa de fecundidad de EEUU está por debajo de 2,1, lo que significa que resulta insuficiente para, como mínimo, mantener estable la población actual del país. En 2022 estaba ya en 1,7. En otros países el panorama es todavía peor. En Corea del Sur, apenas llega al 0,75.
Los neonatalistas advierten de la «bomba de relojería» que representan esas cifras y previenen sobre los retos de una sociedad envejecida en la que no haya una población en edad laboral capaz de sostener los sistemas de pensiones. «Habrá países con ancianos muriendo de hambre», advierte Malcolm Collins.
En el polo puesto están quienes recuerdan que la población global seguirá aumentando en las próximas décadas (hay estimaciones que apuntan que superará los 10.000 millones de personas en 2100) y no hay datos qué muestren qué niveles puede albergar realmente el planeta «de forma sostenible», una cuestión ligada en gran medida a factores como la tecnología o los niveles de consumo.
Imágenes | Jonathan Borba (Unsplash), Gage Skidmore (Flickr) y Gabriel Tovar (Unsplash)
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