Estados Unidos da un respiro a la economía mundial: algunos aranceles quedan pausados durante 90 días
Donald Trump ha anunciado que suspenderá de forma inmediata los aranceles más altos durante 90 días para decenas de países. No está claro aún qué naciones se beneficiarán de esta tregua arancelaria, ni bajo qué criterios se aplicará. Lo que sí se ha confirmado es que, incluso en esos casos, seguirá vigente la tasa base del 10% que entró en vigor el sábado pasado.
Alivio parcial tras la suspensión. La pausa de 90 días en algunos aranceles recíprocos introduce un breve respiro en un contexto de máxima tensión. Esta ventana podría permitir a Estados Unidos y a los países alcanzados por la medida avanzar en posibles acuerdos que frenen la aplicación de los gravámenes más duros. Sin embargo, la amenaza sobre la estabilidad económica global sigue latente: el conflicto comercial no se ha desactivado y apunta a adentrarse en un terreno aún inexplorado.
El presidente también dijo que «va a revisar» las exenciones arancelarias para algunas empresas estadounidenses. «Algunas empresas, sin tener la culpa, se encuentran en un sector más afectado. Hay que ser flexibles, y yo puedo hacerlo», afirmó el mandatario.
¿Nuevos aranceles para Canadá y México? Como recoge CBC, Trump parece haber introducido un nuevo arancel del 10% para sus dos principales socios comerciales. Hasta ahora, ambos países habían quedado fuera de esta ronda de medidas recíprocas, aunque ya estaban lidiando con un 25% impuesto el mes pasado. No está claro si este nuevo 10% se sumaría al anterior o si lo reemplazaría, en caso de aplicarse.
El giro de Washington llega en un momento clave. Decenas de países estaban ya preparando su respuesta a los aranceles recíprocos que entraron en vigor hace apenas unas horas. Entre ellos, los Estados miembros de la Unión Europea, que aprobaron este miércoles un paquete de represalias comerciales contra Estados Unidos. Las medidas están previstas para aplicarse el 15 de abril, aunque en este nuevo escenario habrá que ver si ese calendario se mantiene.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China no ha terminado. Las dos mayores potencias económicas del planeta protagonizan una escalada arancelaria que no da señales de frenarse. Estamos frente a un escenario que puede arrastrar efectos significativos sobre la economía global, sobre todo por su impacto directo en unas cadenas de suministro interconectadas y la estabilidad de los mercados financieros.

Xi Jinping, presidente de China
En menos de 24 horas, el gobierno de Donald Trump ha decidido llevar los aranceles sobre las importaciones chinas del 54% al 104%, en respuesta a la negativa de Pekín a retirar su tarifa del 34%. La reacción no tardó en llegar: China anunció que elevaría su arancel a los productos estadounidense al 84%. Y cuando parecía difícil ir más allá, Washington ha vuelto a subir la apuesta: el arancel estadounidense sube ahora al 125%.
Golpe a China por su negativa a negociar. «Basado en la falta de respeto que China ha demostrado hacia los mercados mundiales, por la presente aumento el arancel cobrado a China por los Estados Unidos de América al 125%, con efecto inmediato», dijo Trump en una publicación. El anuncio refuerza la presión política y comercial sobre Pekín en un momento de máxima tensión. Ahora, todas las miradas están puestas en la posible respuesta del gobierno chino.
Ambas potencias están inmersas en una lucha de poder en la que, por ahora, nadie parece dispuesto a dar un paso atrás. El arancel del 125% representa un obstáculo serio para muchas empresas estadounidenses que, durante años, han confiado en China como socio clave para ensamblar sus productos gracias a su mano de obra asequible y a un acceso rápido a la cadena de suministro global.
Compañías expuestas. Entre las empresas más expuestas está Apple, que ayer fue una de las grandes damnificadas tras el anuncio de los ya superados aranceles del 104%. La compañía de Cupertino ensambla buena parte de sus iPhone en China, aprovechando unos costes de producción altamente competitivos. Replicar esa operación en suelo estadounidense, como pretende la administración de Donald Trump, representa un desafío mayúsculo que va mucho más allá de una simple subida en los costes: implica repensar gran parte su cadena industrial.
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