Posiblemente, el mayor legado que nos deja David Lynch tras su muerte es una palabra en el diccionario: "Lynchiano"
Muchos creadores y creadoras son capaces de desarrollar un mundo personal o unas características propias tan definidas que sean reconocibles. Pero pocos consiguen, con su éxito o con lo peculiar de ese mundo personal, que sus señas de identidad trasciendan a la cultura popular y se sinteticen en un término que pase al vocabulario común. Lo kafkiano, lo hitchcockniano, lo cronenbergniano. Y también, cómo no, lo lynchiano.
«Lynchian» entró en el Oxford Enflix Dictionary en 2018, y es el mejor testimonio de la riqueza del mundo personal del director de ‘Twin Peaks’ o ‘Terciopelo azul’. La palabra hace referencia, obviamente, a algo characterístico, reminiscente o imitativo de las películas o series de David Lynch. Más específicamente, el diccionario reuerda que «Lynch es relevante por yuxtaponer elementos surreales o siniestros con entornos mundanos y contidianos, y por usar imágenes impactantes para enfatizar la textura onírica de misterio o amenaza».
La oreja que aparece en el césped al principio de ‘Terciopelo azul’ (una imagen desconcertante que dialoga con los primeros iconos surrealistas), la Habitación Roja de ‘Twin Peaks’, el Hombre Misterioso que se dirige al protagonista de ‘Carretera perdida’, el bebé mutante y la chica del radiador de ‘Cabeza borradora’… perfectos iconos de los lynchiano que no podemos comparar con ningún otro director de la historia, porque como dice la propia palabra, pertenecen al mundo de Lynch y de nadie más. Pero también, al haber sembrado semillas en el vocabulario común, pasan a ser de todos nosotros.
Algunos de mis momentos lynchianos favoritos están, por lo contradictorio, en la única película de su cine que el propio director consideraba fallida: ‘Dune‘. Sin embargo los inequívocos momentos lynchianos, reinterpretados con atrevimiento visual a partir de la novela original (las pústulas del barón Harkonnen, la atroz identidad alienígena del Navegante, las escenas oníricas mediatizadas por las Bene Gesserit), pese a lo fallido del conjunto, brillan por su insensatez y su belleza a años luz de la correcta y aplicada ilustración de Denis Villeneuve. Y eso también es lynchiano: asomarse al abismo y extraer de él las imágenes más perturbadoramente bellas, las que nadie más se atrevería a dar forma.