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En 1956, EEUU publicó dos mapas que mostraban la contaminación de las bombas atómicas. Y fueron clave para espiar al enemigo

El 16 de julio de 1945 fue un día histórico: en Alamogordo, en el desierto de Nuevo México, se realizó la primera detonación nuclear de la historia. La prueba Trinity fue un éxito que llevó al desarrollo de las bombas ‘Little Boy’ y ‘Fat Man’ que, unos días después, se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. Antes de la prueba, los científicos apostaron sobre los resultados, con algunas apuestas que apuntaban a la destrucción del estado de Nuevo México, a la ignición de la atmósfera y hasta a la incineración del planeta.

Evidentemente, eso no pasó, pero lo que sí ocurrió es que cada lanzamiento nuclear enviaba un gran número de partículas a la atmósfera. Y dos mapas publicados en 1956 reflejaron las consecuencias de esos lanzamientos.

Pruebas nucleares. Aunque el mundo se horrorizó por lo ocurrido en las dos ciudades japonesas cuando Estados Unidos decidió lanzar las únicas dos bombas nucleares utilizadas en combate hasta ahora, las potencias siguieron haciendo pruebas buscando los límites de la recién descubierta tecnología.

Así, desde Estados Unidos continuaron con lanzamientos en islas del Pacífico. Rusia también empezó a desarrollar rápidamente su programa nuclear, con pruebas como la de la ‘Bomba del Zar’ que tenía unas 3.000 veces la potencia de la lanzada en Hiroshima. Estos lanzamientos por parte de ambos países eran una muestra de músculo en plena Guerra Fría, así como una herramienta disuasoria.

Ivy Mike’. Uno de los lanzamientos de prueba de Estados Unidos fue el de ‘Mike’, una bomba lanzada el 1 de noviembre de 1952 que vaporizó una isla, dejando un cráter de casi dos kilómetros y 50 metros de profundidad. Fue la primera detonación de una bomba de hidrógeno, provocando una bola de fuego de 3,3 kilómetros de radio en el momento de la explosión, con una nube en forma de hongo que se estabilizó en 41 kilómetros de altura.

Los estudios Lookout Mountain inmortalizaron el momento, agregando sonido posterior, ya que lo grabaron sin él. Los rayos no fueron parte de la postproducción, sino que aparecieron justo tras la detonación:

Desastre. Las consecuencias para el atolón Enewetak en el que se lanzó fueron tremendas. Las ondas expansivas arrasaron la vegetación no sólo de la isla objetivo, Elugelab, sino de las más cercanas. Además, provocó una lluvia radioactiva y barcos a casi 60 kilómetros de distancia vieron cómo trozos de corales radioactivos caían sobre el casco.

El área había quedado seriamente contaminada y, como podemos ver en estas imágenes satelitales, Elugelab, simplemente, desapareció.

Ivi Mike

El atolón antes y después de Ivi Mike

Movimiento atmosférico. Con el auge de estas pruebas, un equipo de investigadores del Servicio Meteorológico de Estados Unidos publicaron en la revista Science dos mapas que inmortalizaron un hecho histórico: el viaje de las partículas radioactivas alrededor del globo. Desclasificados en 1956, el primero de ellos muestra la difusión atmosférica global y relativamente rápida de partículas radioactivas.

La explosión tiene un punto muy claro de inicio, pero en cuanto las partículas entran en la atmósfera, continúan su expansión por el resto del globo gracias a las corrientes de aire.

Mapa atómico

mapa atómico

Dispersión de partículas radioactivas. Era un mapa muy sencillo, más que nada visual, pero el segundo fue bastante más explícito.

Se trató de un mapa de isolíneas en el que se muestra la dispersión general de las partículas radioactivas y su concentración, con niveles críticos en los puntos alrededor de la explosión, su influencia en India, China y Japón y la llegada de una buena cantidad de partículas, incluso, a suelo estadounidense y canadiense. En Europa, estas partículas radioactivas se habían diluido en gran medida.

Redes de observación. No era la primera vez que se había estudiado el movimiento de la contaminación, pero era algo reservado a grandes acontecimientos, como la explosión del volcán Krakatoa en 1883. Con estos mapas, los investigadores querían demostrar que, con las herramientas adecuadas, ya era fácil rastrear trazadores volátiles en la atmósfera. Y las de Ivy Mike fueron una buena excusa para realizar el estudio.

El investigador Sebastian Grevsmühl publicó el estudio hace unos años y comenta que, aparte de satisfacer la curiosidad científica, los mapas tenían una utilidad más pragmática. Por un lado, ayudaron a construir la idea de la contaminación del mundo a escala global gracias a los movimientos atmosféricos, desarrollando que todo tiene consecuencias. Por otro, eran una herramienta que tenían las potencias nucleares para monitorizar las actividades atómicas enemigas.

Espionaje nuclear. Con estas herramientas, investigadores rusos y estadounidenses podían saber si el contrario había detonado un artefacto nuclear… incluso si no lo había hecho público, pero también si estaban usando reactores nucleares o produciendo plutonio. Tanto es así que, en 1949, Estados Unidos buscaba determinar el progreso de la bomba nuclear alemana midiendo xenón-133 en el aire.

Para ello, utilizaron bombarderos B-29 y 24 estaciones terrestres distribuidas por el planeta para recoger muestras de aire que permitieran determinar si estaban desarrollando algo. Fue así como, gracias a la colaboración con el ejército británico, descubrieron que, en 1949, la Unión Soviética había realizado con éxito una primera prueba nuclear.

Con el paso de los años, las herramientas evolucionaron para cruzar datos radiológicos, sísmicos y sónicos que permitieran determinar tanto la presencia de elementos radioactivos y bombas nucleares enemigas… como estimar su potencia. Y gran parte de eso comenzó con trabajos como el que llevaron a los dos mapas anteriores.

Imágenes | Sebastian V. Grevsmühl, MIT Press

En Xataka | La alucinante historia del hombre que sobrevivió a las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki

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