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EEUU ha decidido abandonar las pajitas de papel porque todo el mundo las odia. El problema es la alternativa: el plástico

Entre el merchandising MAGA con el que aderezó su fallido intento de 2020 por regresar a la Casa Blanca, Donald Trump incluyó una pieza mucho menos resultona que sus famosas gorras rojas, pero dotada de la misma carga política: pajitas de plástico. Las cánulas llevaban su apellido impreso en mayúsculas, se vendían en paquetes de 15 dólares y eran, en palabras del líder republicano, la alternativa a las «pajitas liberales» de papel. No le sirvieron para ganar aquellas elecciones, pero sí para recaudar miles de dólares.

Ahora, ya de regreso en la Casa Blanca, ha decidido que todo el Gobierno empiece a usar también cánulas de plástico en vez de las biodegradables. Y al igual que ocurrió en 2020, con ello lanza un mensaje que va más allá de las pajitas.

¿Qué ha pasado? Que Donald Trump no quiere más pajitas. Mejor dicho, no quiere más pajitas de papel. Por eso acaba de firmar una orden ejecutiva con la que revierte los esfuerzos de la administración de su predecesor, Joe Biden, quien avanzaba justo en la dirección opuesta. El demócrata aspiraba a que las instituciones federales fuesen prescindiendo de las cánulas plásticas a lo largo de los próximos años, primero sacándolas de parte de sus actividades en 2027 y luego suprimiéndolas hasta reducirlas a cero en 2035.

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¿Y eso por qué? Sencillo. Porque a Trump no le gustan. Lo dejó claro ya durante su fallida campaña electoral de 2020 y ha vuelto a subrayarlo estos días, de forma rotunda y sin medias tintas, fiel a su estilo. «Estas cosas no funcionan, las he tenido muchas veces, y en ocasiones se rompen, explotan. Si algo está caliente, no duran mucho, cuestión de minutos, a veces de segundos. Es algo ridículo», zanjó.

El argumentario del republicano no termina ahí. Trump ha insistido en que las pajitas acartonadas que llevan años promocionándose como la alternativa ecológica a las tradicionales de plástico se disuelven «de forma repugnante» en la boca e incluso cuestiona que su uso sea positivo. Tanto para los consumidores como para el medio ambiente.

Su decreto señala de hecho que incorporan químicos que «pueden entrañar riesgos para la salud humana», su producción resulta más cara que la alternativa convencional y generan también residuos. «Las pajitas de papel a veces están envueltas de forma individual en plástico, lo que socava el argumento medioambiental a favor de su uso», recalca.

¿Adiós a las pajitas biodegradables? No exactamente. La decisión de Trump es relevante y hay quien ha visto en ella una declaración de intenciones, algo que va mucho más allá de las simples cánulas. La orden ejecutiva declara que «la política de EEUU es poner fin al uso de pajitas de papel», pero de momento su ámbito de aplicación es acotado: se centra en la administración federal, poniendo fin a la política de la era Biden que buscaba que el Gobierno federal eliminase gradualmente la compra de plásticos de un único uso.

El marco normativo en torno a las pajitas es en realidad algo más complejo. Hay ciudades y estados, incluido California, Oregón, Nueva Jersey o Seattle, en el propio territorio de Washington, dotados de normativas que limitan el uso de las cánulas de plástico o priorizan las opciones biodegradables. El objetivo de Trump está claro, en cualquier caso. Ante los periodistas compartió de forma transparente cuál es su apuesta: «Volveremos a las pajitas plásticas».

¿Funcionan las pajitas de papel? Trump asegura que su uso lleva a situaciones «ridículas» e incluso que resultan «repugnantes» en ciertos casos. Esas son apreciaciones personales, subjetivas. Lo que sí se puede afirmar de forma objetiva es que la ciencia ha demostrado que las cánulas biodegradables están lejos de ser perfectas y —más allá de que puedan o no reblandecerse mientras se utilizan— presentan algunos problemas relacionadas con sus materiales.

En 2023 un grupo de investigadores publicó un estudio en el que exponían sus conclusiones tras analizar 39 marcas de pajitas de distintos materiales, desde plástico o papel a vidrio, acero y bambú. Y su conclusión fue que las biodegradables de cartón eran las que contenían mayor volumen de PFAS. Eso es un problema porque esas sustancias sintéticas resultan nocivas para los humanos y el medio ambiente. De un total de 20 marcas de cánulas de papel, 18 mostraban PFAS.

¿Por qué es un problema? Lo expresaba con claridad hace dos años en SMC Marieta Fernández, catedrática de la Universidad de Granada, precisamente a raíz de ese estudio. «La mayoría de las pajitas analizadas de papel (el 90%) contenían PFAS. También se detectaron en el 80% de las de bambú, el 75% de las de plástico y el 40% de las de vidrio. No se detectaron PFAS en las de acero analizadas», resumía la académica.

Fernández recuerda que los PFAS se usan habitualmente con fines antiadherentes y para mejorar la resistencia de los productos al agua, el calor o las manchas, por lo que «no es de extrañar» encontrarlas en las cánulas. El problema, abundaba, es que su presencia en las pajitas de papel y bambú cuestionaría que realmente sean «biodegradables». Y lo que es tan o incluso más grave: pone en tela de juicio que realmente sean productos «adecuadas para consumo humano».

¿Mejor las de plástico? Las pajitas de papel quizás no sean perfectas, pero las de plástico están muy lejos también de serlo, por mucho que le gusten a Trump, amante confeso de los refrescos azucarados y con gas. Como recuerda Fernández, el estudio de 2023 también detectó PFAS en las unidades plásticas. Y si bien su porcentaje era inferior que en las versiones de cartón, el resultado seguía siendo elevado: se detectaron los químicos en el 75% de las muestras.

Su gran problema es sin embargo otro: el impacto que tienen en el medio ambiente. Los datos no siempre coinciden, pero suelen mostrar un escenario preocupante. Hay estimaciones que hablan de que en EEUU se usan al día 175 millones de pajitas desechables, Straws Turtle Island Restoration Newtork eleva el dato a más de 390 millones y otro cálculo —tan citado como cuestionado— apunta que en el país cada jornada se utilizan más de 500 millones de cánulas.

¿Y eso que significa? Demos por buena cualquiera de esas cifras u otra estimación, lo cierto es que hablamos de una cantidad de pajitas ingente: cientos de miles diarias, en el mejor de los casos, que tardan solo unos minutos en convertirse en basura. La gran pregunta es… ¿Qué hacer con ellas cuando se desechan? ¿Acaban todas en el circuito de reciclaje? ¿Agravan el problema de los envases plásticos de un único uso de los que quería librarse Joe Biden?

Greenpeace advierte que las pajitas desechables se usan solo durante unos minutos, a veces ni eso, pero tardan «hasta 500 años en descomponerse», «causando daños en los ecosistemas marinos» y perjudicando a la fauna y flora. Según sus cálculos, entre el 40 y 60% de las tortugas acaba ingiriendo plásticos, porcentaje que es incluso mayor en ciertas aves. Solo en España estima que se usan 13 millones a diario.

Imágenes | Gage Skidmore (Flickr), Qui Nguyen (Unsplash) y Brian Yurasits (Unsplash)

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