La nueva carrera espacial ha creado chatarra boomerang. También ha aumentado la probabilidad de que choque contra un avión
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Estamos lanzando más cohetes al espacio que nunca. Entre China y SpaceX, se producen lanzamientos cada pocos días en una nueva carrera espacial con múltiples objetivos en el horizonte. Es algo que está abaratando el transporte espacial, pero que también genera un nuevo problema: la cantidad de chatarra que orbita nuestro planeta.
Y esto genera otro conflicto: con más satélites y cohetes en órbita, el riesgo de que un fragmento de alguno de ellos impacte contra un avión es cada vez más alto. En la Universidad de Columbia Británica se han propuesto analizarlo y han determinado que, para sorpresa de nadie, las consecuencias del choque serían devastadoras.
El problema. Más allá de los cohetes de prueba, transporte de mercancías y personas, algo que está provocando que cada vez haya más lanzamiento son los satélites que llevan Internet a cualquier rincón. Hay varios jugadores en este segmento, pero SpaceX lleva la delantera con su programa Starlink. Estos satélites son enviados en cohetes que, cuando cumplen su función, pierden altura y vuelven al planeta.
Algunos se desintegran parcialmente y otros, al reingresar a la atmósfera sin control, caen en cualquier parte. El océano suele ser el principal receptáculo, también es posible que caigan en zonas urbanas o que, en su camino, choquen contra un avión.
La probabilidad. Ante todo, tranquilidad: el riesgo de que estos escombros espaciales impacten contra un avión sigue siendo bajo, muy bajo. Según The Aerospace Corporatión, en 2021 (cuando se lanzaban, pero no era la fiebre actual), ese riesgo era de uno entre 100.000, o el 0,001%. El sistema predijo, teniendo en cuenta los futuros lanzamientos, que para 2035 el porcentaje subiría a siete de cada 10.000, o lo que es igual a un 0,07%.
Es, como decimos, una probabilidad baja, pero que está ahí. En el estudio de la Universidad de la Columbia Británica han analizado cómo todo esto depende de la densidad de tráfico aéreo. Tomando como ejemplo el tráfico del 1 de septiembre de 2023, y Estados Unidos como zona, podemos ver que, cada año, hay un 99% de probabilidad de que las reentradas de cuerpos de cohetes ocurran en las áreas verdes, un 75% en las amarillas, un 26% en las naranjas y un 0,8% en las rojas.
Las rojas son las zonas de más actividad, como los principales aeropuertos, las naranjas son las grandes ciudades y las amarillas y verdes se alejan de los núcleos urbanos y, por tanto, de la aglomeración de aviones.
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Long March 5B. Más allá del choque directo de esta chatarra espacial contra un avión, algo cuya probabilidad sigue siendo excepcionalmente baja, hay otro problema: el peligro de que ocurra y lleve a la decisión de cortar el espacio aéreo. El 4 de noviembre de 2022, el cuerpo del cohete Long March 5B, de 20 toneladas de peso, reingresó a la atmósfera, cayendo sobre el océano Pacífico.
Todo bien, pero podría no haber sido así: la ubicación de entrada fue producto del azar, ya que el cuerpo del cohete se abandonó en la órbita y no se realizó un diseño planificado para el reingreso de los restos.
Consecuencias. La noche anterior a la reentrada, diferentes organismos de vigilancia, así como la Agencia Europea de Seguridad Aérea, emitieron informes en los que animaban a las autoridades nacionales a restringir el espacio aéreo “en un corredor de, al menos, 70 kilómetros y hasta 120 kilómetros a cada lado de la trayectoria estimada de reentrada” del cohete.
Las autoridades españolas y francesas acataron esto y cerraron parte de su espacio aéreo. Como resultado, 645 vuelos fueron retrasados, con un promedio de 29 minutos por avión. Además, algunos aviones que estaban en pleno vuelo tuvieron que regresar al aeropuerto de origen o tomar un desvío. Fue la evidencia de una falta de planificación, anticipación y control sobre esta chatarra espacial.
Curiosamente, Portugal, Italia y Grecia no tomaron la decisión de cerrar, generando otros problemas en sus aeropuertos debido al aumento inesperado del tráfico aéreo por los vuelos desviados.
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En morado, el espacio aéreo cerrado por el Long March 5B. En azul, su trayectoria y caída
Soluciones. Lamentablemente, aunque esto es un problema que irá a más, controlar la reentrada de los escombros espaciales no es algo que tenga una solución inmediata. Los investigadores proponen que los responsables de lanzar cohetes inviertan también en tecnologías de reentrada controlables para que no ingresen en la atmósfera de manera impredecible.
Estas tecnologías incluyen motores capaces de reencenderse para dirigir parcialmente el cohete, pero también una mejor planificación de la misión para que el cohete caiga en una zona remota del océano, lejos de poblaciones y, evidentemente, del tráfico aéreo. El problema es que, aunque la tecnología está ahí, calculan que menos del 35% de los lanzamientos realizan estas entradas controladas y, con 2.300 cuerpos en órbita con un aumento anual de entre 30 y 40 cuerpos, los riesgos seguirán aumentando.
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En 2001, el recubrimiento del motor de titanio de la tercera etapa de un Delta 2, con un peso de aproximadamente 70 kg, aterrizó en Arabia Saudí, a unos 240 km de la capital
Evidentemente, también es un enorme gasto de dinero, por eso logros como el de atrapar el propulsor de Starship y los avances de los ingenieros de SpaceX para no tener cohetes de lanzar y tirar son tan importantes. Y también es necesario un protocolo global para gestionar estas reentradas y tomar decisiones coordinadas, no delegarlo todo en una industria aeronáutica que no es responsable.
Al final, es mucho más probable que haya alteraciones en el tráfico aéreo debido a esta basura espacial que al choque de uno de estos restos con un avión, pero siempre que esa probabilidad no es cero, hay que contemplar soluciones.
Imágenes | Nature, SpaceX