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Mientras EEUU se obsesiona con los aranceles, China tiene un arma que está pasando desapercibida: la burocracia

En plena campaña electoral, cuando aún se hablaba de un duelo reñido con Kamala Harris en las urnas, Donald Trump reconoció durante una entrevista en Chicago que el término que más le gusta de la lengua de Shakespeare es tariff ( arancel). «Para mí, la palabra más hermosa del diccionario», proclamó. Vista la contundencia con la que China ha respondido a su guerra comercial bien podría pensarse que «arancel» también es el vocablo favorito de Xi Jinping, pero lo cierto es que Pekín tiene su propia forma de golpear el comercio de EEUU.

Una mucho más discreta que las tasas.

Pulso de impuestos. Trump no exageraba al proclamar su amor por los aranceles. Y buena prueba es que en los casi tres meses que lleva en la Casa Blanca ha lanzado de forma más o menos clara anuncios (y también alguna que otra auto enmienda) de tasas dirigidas al acero y aluminio o los coches y sus componentes. Además por supuesto de los mal llamados «aranceles recíprocos», plasmados en la famosa tabla de tarifas que presentó hace unas semanas en la rosaleda de la Casa Blanca, y los que ya asoman en el horizonte para chips y fármacos, entre otros.

Escalada. Con el paso de los días y después de que Trump pausara gran parte de sus aranceles durante 90 días, la guerra comercial se ha enquistado básicamente entre EEUU y China. Washington ha decidido aplicar a las importaciones chinas tasas que se elevan al 145%, mientras Pekín ha devuelto el golpe a Trump elevando los suyos al 125%. Esa respuesta no significa sin embargo que los aranceles sean la única herramienta a la que ha recurrido el Ejecutivo chino para plantar cara a EEUU. Al fin y al cabo… ¿No hay otras vías de atajar las importaciones?

¿Quién necesita aranceles? La noticia la ha avanzado el magazine estadounidense POLITICO: a lo largo de los últimos cuatro meses Pekín ha activado una serie de trabas burocráticas y acuerdos que han tenido un efecto claro en el flujo de las importaciones de EEUU, reduciéndolas de o incluso frenándolas. El método es más sigiloso que la guerra arancelaria (y quizás no inyecte los miles de millones a las arcas públicas que busca Trump con los aranceles), pero permite a Pekín golpear a EEUU en un punto sensible, sus exportaciones comerciales.

La clave: barreras no arancelarias. «Un arancel se paga y las cosas se encarecen, esto supone una restricción total a la capacidad de enviar productos a ese país», comenta Ben Lilliston, del Instituto de Política Agrícola y Comercial. No es un apunte menor si se tiene en cuenta el intenso flujo comercial entre China y EEUU, que en 2024 se tradujo en la exportación de mercancías a China por valor de 143.500 millones e importaciones que ascendieron a casi 439.000 millones.

Pero… ¿Cómo lo hace? POLITICO cita algunos casos concretos. Por ejemplo, Pekín ha decidido no renovar de momento los permisos de exportación de cientos de plantas de envasado de carne y ha alegado que algunos productos derivados de pollos estadounidenses no cumplen sus estándares. No hay que buscar mucho en la hemeroteca noticias en esa línea. Hace unos días la Administración General de Aduanas alertó de la aparición de furacilina, una sustancia prohibida en el país, en tres lotes de carne de empresas de EEUU. Resultado: suspendió su importación.

El organismo chino tomó una medida similar con los productos de sorgo de una empresa estadounidense tras detectar «niveles excesivos de zearalenona», un tipo de micotoxina. La decisión se anunció un día después de que Trump impusiera un arancel del 34% a las mercancías chinas, aunque Pekín insiste en que aplica las restricciones por motivos técnicos y objetivos: «Para prevenir riesgos y garantizar la seguridad de la producción ganadera y la salud de los consumidores».

¿Hay más casos? Sí. Hace poco ABC News informaba de que unos 300 mataderos de EEUU aún no han renovado sus permisos de exportación para trasladar carne de res a China, que parece haber encontrado un sustituto en la ganadería australiana. Las reticencias de Pekín a renovar las licencias han frenado de hecho buena parte de exportación de carne de res de EEUU. Y eso son palabras mayores. En 2024 EEUU exportó a China por valor de 1.600 millones de dólares.

Otro sector que también se ha enfrontado a turbulencias es el del gas natural. A comienzos de mes, con la guerra comercial a punto de escalar, Bloomberg revelaba que China llevaba sin importar GNL de EEUU 60 días. El escenario recuerda al que se vivió hace años, durante el primer mandato de Trump, cuando el gigante asiático dejó de recibir envíos de EEUU durante alrededor de 400 días.

Citando datos de Kpler, POLITICO asegura que en lo que va de año China importó únicamente un cargamento de gas frente a los 14 del mismo período de 2024.

Golpeando donde más duele. Las restricciones chinas no solo afectan a exportaciones de EEUU, con su correspondiente impacto en un flujo que mueve millones de dólares. Al aplicarlas Pekín puede apuntar a sectores concretos, como por ejemplo, acota POLITICO, industrias arraigadas en estados (Iowa o Nebraska, por ejemplo) que suelen actuar como caladeros de voto republicano y por lo tanto pueden ejercer mayor presión sobre Trump. Algo similar hizo hace unas semanas la Bruselas cuando planeó su propia respuesta a los primeros aranceles de USA.

Las trabas burocráticas y restricciones obligan además a las empresas a moverse en un terreno resbaladizo, más aún que el de los aranceles. «No queremos que la salud y la seguridad se conviertan en un asunto político», argumenta Darci Vetter, con experiencia en la Oficina del Representante Comercial de EEUU. «Convierte barreras cuidadosamente consideradas y basadas en ciencia en un tema político».

Marc Busch, quien ha ejercido también como asesor del Departamento de Comercio de EEUU, es aún más categórico: «Esto es lo que hace China: acciones comerciales disfrazadas de políticas públicas legítimas con base científica».

¿Es una medida nueva? No, no exactamente. El Gobierno china parece haber intensificado restricciones que no son nuevas y pueden remontarse incluso a su entrada en la Organización Mundial del Comercio (OMC), hace más de 20 años. EEUU tampoco es el primer país que se encuentra con frenos a sus exportaciones que coinciden con momentos de tensión con Pekín. Le ocurrió en 2018 a Canadá, cuando tras la detención de Meng Wanzhou, una alta directiva de Huawei, China decidió suspender las compras de semillas de canola canadienses.

Como recuerda el economista Colin Carter a POLITICO, el gigante asiático tampoco es el único que aplica barreras no arancelarias. «Uno de los ejemplos más flagrantes, si nos miramos al espejo, es la política azucarera de EEUU», comenta.

Imágenes | GovernmentZA (Flickr) y Andrés López Maldonado (Unsplash)

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