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Este investigador está convencido de saber la medida con mayor potencial transformador de hoy en día: hacer las ciudades un buen sitio para vivir

Cuando Daniel Knowles empezó a escribir su libro sobre la industria automovilística, el mundo se había quedado en silencio. Millones de personas estaban encerrados en su casa, las tasas de desempleo se disparaban, las calles se despejaron y los animales salvajes volvían al centro desierto de las ciudades. La situación era tan nueva que se podía soñar con que tanto dolor, muerte e incertidumbre iba a abrir la puerta a un mundo nuevo.

No pasó mucho tiempo hasta que descubrimos que ‘soñar’ era la clave, que no era más que un suelo. Dos años después, mientras Knowles terminaba el libro (‘Carmageddon‘, Capitan Swing, 2025), «la economía mundial estaba en auge, el tráfico había vuelto a los niveles anteriores de la pandemia y el petróleo tenía precios (máximos) que no se veían en una década.

¿No había otros futuros por los que luchar?

Un punto de inflexión. Si hace dos o tres años, este corresponsal de The Economist pensaba que vivíamos un punto de inflexión, parece buena idea volver a sus ideas para solucionar la crisis de las ciudades: ese momento de cambio no ha hecho más que alargarse.

Pero… ¿Qué crisis de las ciudades? Podremos estar viviendo una crisis demográfica mundial, sí; pero la población urbana está creciendo marchas forzadas: En 2007, la mitad de la humanidad ya vivía en ciudades por primera vez. Ahora somos un 55% y llegará al 66% antes de 2050. ¿Qué crisis es esta?

Pues, como decía Rodríguez Seijo aquí mismo, una cirisis mucho más sibilina: que los ecosistemas urbanos «se han convertido en grandes centros de consumo de recursos, y en zonas de producción y emisión de sustancias potencialmente contaminantes».

Y sí, es verdad, «desde el año 2000 se ha eliminado o reducido uno de los principales contaminantes en los entornos urbanos, el plomo de las gasolinas, pinturas de viviendas antiguas o tuberías»; no obstante, «existen multitud de contaminantes orgánicos e inorgánicos que siguen provocando diferentes problemas sanitarios y que provocan millones de muertes al año». Esa es la verdadera crisis.

Una crisis de, al menos, siete millones de muertes al año. Ese fue lo que la mala calidad del aire, impulsada por la industria del transporte, causó en los ambientes urbanos solo en 2012. De ahí que especialistas como Knowles sostengan que «la expansión del automóvil ha ido demasiado lejos y hay que frenarla».

¿Frenarla? ¿Podemos frenarla? Rodríguez Seijo, reflexionando sobre las causas de que «las ciudades nos estén matando», concluía que «la ausencia de planificación» es uno «de los grandes retos a los que se enfrentan las poblaciones urbanas». Ahí es donde las ideas de Knowles brillan más.

«Creo, sin ninguna duda, que una ciudad grande densamente poblada es el mejor lugar para vivir en la mayoría de los casos tanto por mi propio bien como por el del planeta», concluía el periodista tras visitar más de media docena de países. Es más, «no hay ninguna buena razón para que la opción sostenible — vivir en un apartamento o en una casa adosada de buen tamaño en un barrio que se pueda caminar, ir en bicicleta y utilizar el transporte público para desplazarse — tenga que ser tan caro y, por el contrario, vivir en una casa unifamiliar enorme y utilizar enormes cantidades de recursos naturales sea la opción más barata».

Esto suena un poco difícil de implementar. Y Knowles está de acuerdo. De hecho, como defiende reiteradamente, no tenemos por qué reproducir Tokio en cada parte del planeta. «Tampoco tenemos que empezar a hacer pedazos las autopistas ni imponer normas draconianas como la lotería de matrículas de Singapur».

Aún así, hay una cosa que sí se puede hacer para conseguir que las ciudades sean sitios más saludables para vivir: reorientar los incentivos hacia el propósito que deberían tener. Hay cientos de ideas. Los impuestos franceses a los coches según peso, la reforma neerlandesa para darle prioridad a los peatones o las tasas por congestión de Londres.

En definitiva es darnos cuenta de que la gente lleva siglos tratando de irse a vivir a las ciudades; de que, de hecho, lo están haciendo cada vez más rápido; y de que, seguramente la medida con un impacto más transformador hoy por hoy sería convertir esas ciudades en buenos sitios para vivir.

Imagen | Chris Czermak | Yeh Xintong

En Xataka | Las ciudades con rascacielos no son la panacea. Contaminan más que las de alturas medias (como París)

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